La reciente detección de tarros de jurel falsificados ha encendido las alarmas sobre un problema cada vez más grave en nuestra sociedad: la adulteración de alimentos. Este tipo de fraude no solo representa una estafa comercial, es una traición a la confianza que depositamos en los productos que consumimos. Más allá del engaño, pone en juego nuestra seguridad alimentaria, afecta directamente la nutrición y compromete la salud pública.
Consumir un producto debería implicar tener la certeza de que es seguro, nutritivo, libre de sustancias peligrosas y que realmente corresponde a lo que estamos comprando. Los tarros de jurel falsificados rompen con esa premisa. No solo carecen de los beneficios del jurel original, sino que también generan dudas sobre la presencia de sustancias tóxicas o componentes de baja calidad que alteran su composición y valor nutricional. Este tipo de engaño socava la confianza en los sistemas de control alimentario y en la información que recibimos como consumidores.
El jurel es conocido por ser uno de los pescados azules más nutritivos. Aporta ácidos grasos omega-3 (EPA y DHA), proteínas de alta calidad (24 g por cada 100 g), además de vitaminas y minerales esenciales para el organismo. Por eso, es un alimento fundamental en cualquier dieta equilibrada. Pero cuando se falsifica este producto, lo que el consumidor recibe puede ser algo muy distinto: un alimento con menos valor nutricional, o peor aún, con ingredientes nocivos para la salud.
Lo ocurrido con el jurel pone sobre la mesa una necesidad urgente: fortalecer la educación alimentaria en nuestra sociedad. No se trata solo de saber qué productos han sido adulterados, sino de aprender a leer las etiquetas, conocer el origen de los alimentos, y detectar señales de alerta que podrían indicar fraude. Una población bien informada en temas de nutrición y seguridad alimentaria es capaz de tomar decisiones más conscientes y exigir productos de calidad.
Este caso de jurel adulterado es solo una muestra de un problema mucho más amplio: la falsificación de alimentos. Frente a esto, consumidores, empresas y autoridades tienen un rol fundamental para garantizar que lo que llega a nuestras mesas sea realmente seguro, saludable y confiable.
Por eso, es clave que las autoridades intensifiquen sus esfuerzos para detectar y eliminar este tipo de prácticas, fortaleciendo los controles y aplicando sanciones a quienes infringen las normativas. Al mismo tiempo, la educación alimentaria debe convertirse en una prioridad en todos los niveles. Así, no solo protegeremos la salud pública, sino que también restauraremos la confianza en un sistema alimentario que debe ser transparente, seguro y justo para todos.
Bautista Espinoza, académico de la carrera de Nutrición y Dietética USS | Magister en Seguridad y tecnología de los alimentos
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