La degradación de los suelos no solo afecta a la naturaleza, sino también a la salud de las comunidades, la seguridad alimentaria y la sostenibilidad de proyectos. Cuidar este recurso limitado es esencial para garantizar nuestro futuro.
Hace unos días circuló en redes sociales una publicación que advertía sobre el agotamiento de nuestros suelos a causa de la acumulación de plásticos. Más allá de la contingencia, creo importante detenernos en lo que hay detrás: no hablamos sólo de contaminación visual o de residuos mal gestionados, sino de la pérdida progresiva de un recurso vital y limitado.
El suelo es la base de la vida, sostiene la agricultura, filtra el agua y permite el desarrollo de ecosistemas. Cuando se degrada, no solo se empobrece la naturaleza: también se compromete la salud de las comunidades, la seguridad alimentaria y la viabilidad de proyectos de infraestructura. Lo he visto de cerca en distintas iniciativas de ingeniería, donde la incorporación temprana de criterios ambientales –como lo establece la norma ISO 14001 y los lineamientos del Manual de Carreteras– marca la diferencia entre una obra que deja huella positiva y otra que genera impactos irreversibles.
Por eso valoro la publicación mencionada. Nos recuerda que estos temas no deben aparecer solo en fechas conmemorativas o campañas puntuales, sino estar presentes de manera constante en nuestra vida cotidiana, en la toma de decisiones empresariales y en las políticas públicas. La sostenibilidad no es un discurso: es una práctica diaria que se construye con pequeños y grandes gestos.
Cuidar el suelo es cuidar nuestro futuro. Recordarlo una y otra vez es, sin duda, un ejercicio necesario.
Autora: María Agustina Herrera Ruiz - Subgerente De Calidad y Medio Ambiente de R&Q Ingeniería.
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