Rolando Matus nos trae una recopilación diferente, sobre los primeros usos de pantalones por mujeres en Chile, quizás inspirado en una imagen de dos fuertes mujeres candidatas a presidenta en medio de una mayoría de hombres.
El artículo "Desde 1910, la mujer se ha puesto pantalones" de Rose R. Thibaut, traducido por R. Marini, publicado en la revista En Viaje en enero de 1951, nos transporta a un momento clave en la evolución de la moda femenina y, con ello, en el avance de la emancipación de la mujer. Con un tono ligero y anecdótico, el texto relata cómo, a principios del siglo XX, las mujeres comenzaron a desafiar las rígidas normas de vestimenta que habían dominado durante décadas, marcando un cambio simbólico hacia una mayor libertad personal y social.
Este artículo, publicado hace más de 70 años, captura con humor y sensibilidad un momento crucial en la historia de la moda femenina, cuando las mujeres comenzaron a desafiar las normas establecidas y a buscar mayor autonomía en su vestimenta. Más allá de las anécdotas, el texto refleja cómo la moda puede ser un espejo de los cambios sociales y culturales, así como un campo de batalla simbólico para la lucha por la igualdad de género. La narrativa de Thibaut, con sus descripciones vivas y detalladas, nos invita a reflexionar sobre cómo los pequeños gestos —como ponerse pantalones— pueden marcar grandes transformaciones en la historia.
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E N V I A J E (Elmáximo de lectura por el mínimo de precio) Enero 1951
Por Rose R Thibaut Prestancia de una moda ¿Quién no gusta de mirar esas fotografías antiguas en que la mujer aparece siempre luciendo los ropajes del Segundo Imperio, los sombreros recargados de flores o de plumas, como una acabada muestra de coquetería? ¿Quién no tiene en su casa un retrato de la abuela lujosamente vestida y perdida casi en pesadas telas? Y parece, sin embargo, que fué por allá por 1910 cuando la mujer comenzó a emanciparse de su atavío y a hacer innovaciones. La parisiense, especialmente, rompiendo la tradición, quiso mostrarse en forma distinta. Desdeñando los drapeados, los miriñaques y el estilo acampanado, la elegante de 1910 fué la primera en llevar trajes rectos; dejó de lado los rellenos, el corsé extravagante y toda clase de postizos. Habiendo renunciado a todo esto, le fué preciso inventar algo completamente nuevo. Y de un día para otro la falda angosta hizo su aparición. Las mujeres comenzaron a caminar con pasitos cortos. Si querían descender de un coche, era preciso que las bajaran en brazos; para subir, la aventura volvíase más audaz aun; si de pronto se encontraban en medio de la calle, sorprendidas por algún automóvil, no les quedaba otra cosa que dejarse morir... Una innovación, como fácilmente se comprende, esta moda solo duro una estación. La mujer, entonces, encontró la solución más lógica y simple: puesto que con la falda tan estrecha no se podía caminar, sólo bastaba partirla en los costados, llevando debajo un pantalón. Esta moda cundió de tal manera que abarcó todos los países de Europa. Se hicieron tarjetas postales representando dos damas vestidas con la extravagante tenida. I Fué mal vista esta moda o, por el contrario, le cayó bien al público. La muchedumbre manifestó su opinión mediante gritos. Hubo movimientos populares en Alemania y España y aun en París. En Madrid, una mujer joven, que paseaba por la calle de Alcalá, una de las arterias de más movimiento de la capital, fué rodeada por un grupo furioso y, debió refugiarse en una tienda. Esta escena indignó a un viejo y caballeroso hidalgo, quien reprocho acerbamente a la policía por no haber dispersado oportunamente a un público tan inculto que insultaba en esa forma a una dama. El hidalgo caballero fué detenido, constituyéndose así en el primer mártir defensor de la falda-pantalón de la mujer. Ante tanta oposición y escándalo, las mujeres no se obstinaron. Guardaron sus estrechísimas faldas y las convirtieron decididamente en pantalón. Esto produjo un clamor inmenso. Poiret y luego Drecoll y otros creadores trataron de sostener esta moda. Las mujeres, encantadas, encontraban cada vez nuevos argumentos. Las trataron de zuavas, pero ellas se defendían heroicamente, invocando costumbres de otros países, etc. Luego, poco a poco, la crítica fué desentendiéndose y, tal vez a causa de esto mismo, el tema fué pasando al olvido: el pantalón de las mujeres quedó olvidado, relegado hasta desaparecer. Y así, retrocediendo poco a poco en el pasado, en la lejanía de los recuerdos, detrás de la espesa muralla de las dos guerras mundiales, las modas fantásticas, curiosas e inverosímiles tuvieron nacimiento en un tiempo determinado, para solaz de su época y de la nuestra. Pero desconfiemos de burlarnos de lo que encantó a nuestros padres. Un día cercano, tal vez, seremos, a nuestro turno, las esclavas de una, moda que nos parecerá encantadora y que, treinta años más tarde, servirá de irrisión a nuestros nietos. |
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