¡Como debe ser!, la historia escrita por sus protagonistas, por la gente simple como la mayoría de nuestro Cañete. Eso refleja el relato que nos entrega Francisco Flores, su vida, como la de mucho de sus coterráneos, los verdaderos forjadores de nuestra identidad y NO la que describe algún "historietador", criado entre algodones y que solo destaca a familias de apellidos franceses, que pudiendo tener algunos méritos, representan una ínfima minoría de nuestro pueblo.RELATA FRANCISCO:
No recuerdo exactamente si algunos de estos detalles ocurren durante el año 1962 o 1963.
En estos recuerdos no veo a mi hermano menor Humberto Domingo (fallecido de sarampión en 1962), ni a mi hermana Ana María (nacida en abril de 1963), por lo que deduzco que parte de este relato ocurre en el verano de 1963, porque veo claramente a mi hermano mayor Luis Ernesto, con quién protagonizo esta historia.
Como decía, corría el año 1962 o principios del 1963 y estando nuestra vivienda ubicada a 100 metros al costado norte del camino a Cayucupil, en el sector de Puente El Carmen, al final de calle Esmeralda.
Al principio y constando esta “puebla” de dos piezas separadas de alrededor de 5x4 metros, con techo de tejas y con sus puertas mirando hacia el oriente, es decir hacia Cayucupil; quedaba frente a estas, una vega pantanosa de proporciones, que acunaba muchos junquillos, arbustos como “pitra” y “temos”, entre los que crecían chilcos con sus hermosas flores rojas, además de nalcas, muchos pajaritos y por supuesto, deliciosos camarones en invierno.
Una de estas “casas” se usaba como cocina-comedor, y también para guardar cereales como papas y trigo, cuando había. En la otra estaba el dormitorio en una parte y separado por una división con cartón de cajas plataneras, otro comedor donde nos trasladábamos con todo al anochecer. Esto es con la cena, la tetera y el infaltable mate de mi mamá, y todo esto se “encachaba” en un pequeño fogón al centro del piso de tierra, por supuesto.
Desde la puerta, hacia el oriente, y a una distancia de alrededor de 8 metros en un terreno en declive, no sin antes pasar por el huerto de lechugas que sagradamente cultivaba mi madre para el consumo familiar, se llegaba hasta el pozo de agua (al mismo que teniendo como 2 años de edad una vez caí en su interior, siendo rescatado por mi madre, alertada por los gritos de angustia de mi hermano Luis) y frente a este pozo, debajo de unos álamos, tenía mi mamá instalado el lavadero; una batea, su fiel escobilla y, estratégicamente ubicados en las ramas de unos mimbres, los depósitos con los detergentes y el jabón “Gringo” o de piedra.
Con el tiempo, la primera de las casas fue desarmada por los dueños de la parcela, y nunca supe por qué; quedándonos sólo con la segunda, lo que claramente trajo un poco de estrechez a nuestra “comodidad”; pero bueno, así es la vida.
Hacia el costado izquierdo, bajando al agua, estaba el corral que albergaba gallinas, patos y gansos; y más abajo, hacia el costado norte, el “chiquero”, que acogía una “chancha” con sus lechones; y entrando a la vega pantanosa propiamente tal, mi papá había “fabricado” una enorme laguna, para que hicieran allí sus delicias los patos y los gansos.
Los inviernos eran muy duros en aquella época y, en ese lugar, el agua lluvia buscando su cauce natural a veces rompía el dique de tierra que mi padre acopiaba alrededor de la casa y cruzaba por el interior del comedor-cocina, pasando por encima del fogón, en donde muchas veces estaba instalada la tetera, lista para el desayuno de la mañana. Entonces, cubierto con una vieja manta y un roído sombrero; mi padre, pala en mano tenía que salir a medianoche a veces, a contener este cauce y hacer un desvío por alrededor de la casa, cosa que lograba no sin poco esfuerzo.
Mi madre, en otro rincón de la casa, armaba temporalmente el fogón y preparaba el mate para cuando mi papá terminara esta faena y poder servirle agua caliente para que no enfermara.
En ese panorama nacimos y dimos nuestros primeros pasos mi hermano Luis y yo. Una vida en la que, para jugar, había que usar ingenio, astucia y darse uno que otro “costalazo” desde los árboles en que nos subíamos.
Otras veces los juegos consistían en averiguar quién se subía más alto al viejo roble que estaba emplazado en el centro de la parcela, tarea que no era fácil; o bien enterrarse hasta las rodillas en el barro para sacar camarones en invierno que hacíamos pelear primero y que después iban a “parar” a la olla, convertidos en una rica sopa con papa picada y un poco de arroz.
También otros juegos consistían en buscar “callampas” en las lomas de Don Nancho Anguita; y “changles” bajo los “hualles” existentes en el fundo Santa Luisa de Don Héctor Petit-Laurent Benard… Todo esto, al comienzo de la primavera.
Dura vida nos tocó a mi familia y a mí, llena de necesidades y carencias de alimento en muchas oportunidades y de vestimenta, en otras, pero esa vida es la que formó nuestro carácter y nos dio la firmeza para enfrentar cualquier contratiempo en la vida futura, que no ha sido fácil tampoco; pero si en la otra vida me dieran la oportunidad de nacer de nuevo y escoger el lugar y la familia; escogería sin pensarlo dos veces el mismo lugar, la misma familia, los mismos amigos; y sobre todo, el mismo Cañete, para encontrarme con las mismas personas que he llegado a amar tanto.
Como decía antes, por esos años (1962-1963) habíamos escuchado en algún receptor de radio de la época -mi hermano dice que fue en un aparato marca RCA Víctor- algo que despertó nuestra imaginación: la transmisión de boletines noticiosos a través de Radio Minería (que hoy no existe desde hace varios años) parece que en un enlace con radio El Carbón de Lota, porque era la que se escuchaba nítidamente por esos años en Cañete; y que tenía una característica especial a nuestros oídos, además de la presentación del locutor, esto iba acompañado de un simpático jingle con un coro de voces femeninas que le daban un toque, diríamos mágico, a la presentación; y que sonaba más o menos así (quién lee tiene que usar la imaginación):”…Presentamos…radio noticias odontine… (coro) dan dan dan dan “Buenas tardes, bla, bla, bla…”. Y después de aquello, tocaban una canción.
Muchas veces, en nuestra imaginación infantil, nos sorprendíamos a nosotros mismos mirando hacia el interior del receptor por si se veía el locutor y los cantantes. Nunca pudimos verlos, lo que hacía más interesante la investigación del fenómeno.
Entonces, mi hermano y yo, haciendo gala de una imaginación sin límites, armábamos lo que según nosotros era una radio emisora, para lo cual cada uno se metía a una “barrica” (tonel), porque nos imaginábamos que el locutor y el radio-controlador estaban separados; y Luis hacía la presentación y yo el coro…”dan dan dan dan…” y después que él “daba las noticias” que había memorizado, yo cantaba una canción ranchera, de esas que me había enseñado mi papá y que fueron mi especialidad; y así jugábamos, gozábamos, y soñábamos.
Durante la reconstrucción de la Escuela de Niñas Arturo Prat Chacón (dependencias que fueron demolidas hace algunos años para dar paso a un moderno edificio), que había sido destruida a consecuencia del terremoto de mayo del ´60, mi padre, que trabajaba tirando material en un carretón con bueyes; que era lo que mayormente se usaba en la época; tuvo la brillante idea de poner a mi hermano, que tenía como 5 o 6 años, de carretero, con tan mala suerte que en una desgraciada maniobra cayó sobre una de las ruedas y esta le cercenó una pierna a la altura de la ingle; entonces para la atención, controles médicos y mayores comodidades se quedó en casa de mi abuelita Hortensia Arriagada Torres, en la naciente Población Santa Clara, situación que se extendió para siempre.
Por el año 1965, teniendo un poco más de 7 años, en una especie de juego mi papá, mi primo Charles y un grupo de sus amigos, forman una barra para llevarme a tocar guitarra y cantar en un show organizado por Radio Tucapel en el salón auditorio del Club Deportivo Juvenil. No sé si lo hice bien o mal, pero me llevaron dos veces, las mismas que mi primo Charles y sus amigos gritaban y aplaudían como condenados cuando me tocaba salir a cantar, sí creían que estaban ante Luis Miguel de la época; como dije, no sé si lo hice bien o mal, pero lo que gané fue que desde entonces mi profesor de 2do año básico, el Señor Maureria, en el ramo de Música y Canto, me “premiaba” siempre con un 7 en la calificación, sin haberme escuchado jamás tocar la guitarra ni mucho menos cantar.
Con el paso de los años, en 1972, mi hermano Luis comienza a realizar práctica de locución en Radio Millaray de Cañete, que estaba en la esquina de las calles Videla con Villagrán; inquietud que lo venía motivando desde hacía algún tiempo, convirtiéndose en nuestra casa un ritual sagrado el escucharlo todos los días en un pequeño receptor de de radio de bolsillo que le había regalado mi tío Domingo Flores Arriagada a mi hermana menor Ana María.
En enero de 1973, después de las faenas en el fundo Santa Luisa, de Don Héctor Petit-Laurent Benard, donde trabajaba durante los veranos como jornal, comencé a visitar la emisora haciendo amistad con Juanito Gutiérrez Gfell y Tito Muñoz Fuica, quienes me enseñaron el arte de manejar la consola de control de sonido, siendo mi prueba de fuego una oportunidad que hubo que ir a transmitir desde la Gobernación, estando como Gobernador de Cañete el Señor Juan Antinao, que había llegado desde Lebu nombrado por el Presidente Salvador Allende dos años antes. Como decía, hubo que transmitir la descarga de fertilizantes, actividad que se hacía llamando a los campesinos y trabajadores a realizar trabajos voluntarios; quedándome a cargo de coordinar las transmisiones desde el estudio con el móvil, tarea que cumplí exitosamente y que me pronosticó un “futuro esplendor” como radio-controlador.
Durante el primer semestre del mismo año, asistí de manera regular al Instituto Politécnico de Lebu, donde cursaba 2do año medio (hoy Liceo Politécnico); pero los fines de semana ya no fui más a trabajar al fundo de Don Héctor, ahora me dediqué definitivamente a perfeccionarme como radio-controlador en la emisora, razón por la que el Director–Gerente Don Luis Rivas Leal, me hace un contrato como tal a contar del 20 de agosto de 1973, cuando me faltaba un mes para cumplir 16 años de edad.
Por octubre del mismo año, llega desde radio Los Confines de Algol, el locutor Américo Giuliucci Andueza, quien se hace cargo de la Dirección Artística y la contratación de publicidad de la emisora, elaborando los turnos y quedando yo para hacer dupla con Tito Muñoz Fuica, que definitivamente se dedica a cumplir funciones de locutor (antes lo hacía de manera ocasional), con quien teníamos el primer turno, es decir, desde las 7.00 hasta las 11 horas de la mañana , y luego desde las 18 a las 20 horas, por lo que nos tocaba hacer el programa más escuchado en la historia de la radiotelefonía en Cañete: “Así Canta México”, con el auspicio permanente de Tienda y Almacén “La Economía”.
Durante el año 1974, se hace una reestructuración de los turnos, por lo que a media tarde, en horario juvenil y sin darnos cuenta, comenzamos a trabajar juntos Mi Hermano y Yo; él haciendo locución y yo, radio-controlando el sonido; tal cual y como lo habíamos hecho durante la niñez en nuestros juegos de acuerdo a nuestra imaginación. Y, la verdad, no era muy diferente a lo que nos habíamos imaginado.
En un momento nos quedamos mirando a través del cristal que separa la sala de locución con la de sonido y de forma espontánea dejamos nuestro lugar y nos dimos un abrazo fuerte y firme, de hermanos, de amigos, por encontrarnos haciendo lo que alguna vez era sólo un sueño.
Con el transcurrir del tiempo, dejé de trabajar en radio; hoy me dedico a otra actividad, pero de aquella época, aparte de los imborrables recuerdos, quedó la amistad imperecedera con Tito Muñoz Fuica, que falleció hace unos años en Los Ángeles; con mi gran amigo Alfonso Mendoza Opazo, lamentablemente también fallecido hace un par de años; con Pedro Mendoza Opazo en Cañete, actualmente locutor de Radio VanguardiaF.M. de Cañete; Germán Salas Torres, Director de Radio Biobío de Valdivia; además de Mario “Galvani” Aravena, quién vive en Santiago, y sobre todo, quedó la imborrable amistad con Juanito Gutiérrez Gfell, que lamentablemente falleció también hace algunos años en Cañete y que era el funcionario radial más antiguo de la provincia, con mas de 37 años en la actividad.
Con mi hermano Luis, la hermandad y amistad está más firme que nunca, comunicados a través del teléfono y el correo electrónico habitualmente; y como dije antes, dejé la actividad radial hace mucho tiempo, me dediqué por muchos años a la conducción de camiones en Santiago y hoy me dedico al transporte de pasajeros en el Transantiago.
Mi hermano sigue firme y fiel a las comunicaciones a través de la creación de varios bloggs para difundir cultura, noticias y amistad desde Los Alamos--Temuco Chico, donde reside desde hace algunos años junto a su familia actualmente; aparte de eso hoy es Director de la Escuela Básica José Ulloa Fierro de Temuco Chico, y a través de Radio Ensueños (on line) transmite música y acompañamiento para todos los románticos de corazón; lo que me hace meditar al respecto y concluir que cuando se pretende encontrar el final del arco iris, hay que perseguirlo hasta llegar a tocarlo, porque sólo con empeño y sacrificio nada es imposible en la vida, sólo hay que tener entusiasmo y dedicación.
Epílogo
Durante un viaje de vacaciones junto a mi familia, en el año 1996, llevé a mis hijos a mostrarles el lugar donde había nacido, y me llevé una triste sorpresa; no había casa, pozo de agua, corral de gallinas, laguna de los patos, ni los álamos, chilcos, temos, ni siquiera la vega pantanosa con sus camarones, aún el sendero que transitábamos hacia la calle había sido borrado por la acción del tiempo transcurrido y otras gentes que llegaron al lugar… Sentí mucha pena por ello.
En estos momentos sólo queda de aquellos días como mudo testigo de esa época, emplazado en el centro de la parcela, el viejo roble donde nos subíamos mi hermano y yo; y del cual mi papá todos los años “cosechaba” un gargal y se preparaba un rico “cauceo”.
A pesar de todas las penurias pasadas, amo mi niñez, mis campos, mi familia, mis amigos, las personas que me ayudaron y, sobre todo, amo mi pueblo y sus recuerdos que llevaré conmigo hasta la tumba.
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