A propósito del 11 de septiembre de 1973, fecha en que se instaló en nuestro país la dictadura militar encabezada por Augusto Pinochet, reeditamos un recuerdo de nuestro colaborador Carlos Reusser que nos habla de lo que habría sido la única visita que se recuerda del dictador a Cañete.
Cuando yo era niño alguien, a quien le brillaban los ojos de malicia, me dijo en voz baja:
Tu abuela le entregó un ramo de flores a Pinochet cuando vino a Cañete.
Yo lo negué, por supuesto, sonriente ante semejante animalada.
Si, de verdad. Eran bonitas. Se las dió a Pinochet en el teatro municipal. Lo vió todo el mundo.
Palidecí y me despedí. Me subí en el primer bus que iba a mi casa, en el campo, y corrí el kilómetro de camino que me separaba de ella, rogando que todo fuera un embuste. Mi abuela era comunista y su padre un luchador social. Tenía en su dormitorio una escultura de la Virgen de Lourdes y al lado de la cama un banderín de Lenin. En mi casa se hacían las reuniones del Partido Comunista y clases de estrategia y adoctrinamiento político (en clave era “la pequeña casa de la pradera”).
En la bodega había mimeógrafos mecánicos que incansablemente, día y noche, multiplicaban panfletos, manifiestos y boletines, ¡cómo íbamos a andar entregándole flores al General de la traición!.
– Yiya, Yiya, me dijeron que… Y repetí el cuento. Me miró un largo rato en silencio.
Luego, lentamente me contó la historia que les resumo a continuación:
En el año 1975, dos años después del Golpe de Estado, Pinochet se paseaba exultante por todo el país, junto a una gruesa comitiva, recibiendo agasajos, medallas, llaves de la ciudad, homenajes, diplomas de hijo ilustre, anillos, joyas, billeteras y lo que hiciera falta para la reconstrucción del país.
Por supuesto, estaba resplandeciente de felicidad y saludaba con mano en alto las “espontáneas” muestras de adhesión de la ciudadanía. Y alguien decidió que correspondía que en Cañete las mujeres todas, representadas por los Centros de Madres, le demostraran su gratitud y afecto en un acto público en que Pinochet estaría presente, pero en que la figura central sería su esposa, Lucía Hiriart, elevada ya a madre de todos los chilenos.
La Presidenta de la Unión Comunal de Centros de Madres era la señora Digna Pascal, que también era comunista.
[Recuerdo de infancia: Conocí la señora Digna cuando era pequeño. Visitaba regularmente su casa, que era amarilla, quedaba a metros de la puerta del estadio y siempre estaba llena: había un señor que se llamaba Domingo, la Rosita que vendía verduras en un canasto, un loro que decía improperios, estaba la “tía flaca” (Zunilda Rivas) y un batallón de niñas entre las que recuerdo a una que se llamaba Valeria y otra que le decían Pacha. Y Francisco que siempre olía a alcohol.
Hace muy poco supe que teníamos una deuda de gratitud con ellos, que se arrastraba desde inicios de los 70′.
¿Qué será de toda esa gente?].
El asunto era que la Sra. Digna al parecer súbitamente “se enfermó” (o algo similar) y no pudo cumplir con la honrosa labor. Un piquete de Carabineros se dirigió entonces a casa de la segunda al mando, o sea mi abuela Idilia, conminándola a representar a las madres y mujeres de Cañete y hacerle un obsequio a la mujer del genocida.
Como el horno no estaba para bollos, mi abuela ya había estado en prisión y sus hijas con detención domiciliaria, no pudo menos que aceptar la encantadora invitación y al día siguiente estaba ya en el Teatro (en realidad, el desaparecido Cine Plaza) donde le entregaron un paquete para que cumpliera con su cometido.
Sube al escenario, da un abrazo protocolar, entrega el presente a la vieja y, mientras estaba ahí… APAGÓN en Cañete.
Y un golpe inmediato, seco, sonoro, sobre el piso del escenario.
Pinochet, el victorioso general cinco estrellas, el primer infante de la patria, el libertador del país, el vencedor del marxismo-leninismo se había arrojado al suelo sin pensarlo ni un instante, tratando de salvar su pellejo de un ataque imaginario.
Y ahí terminaría la historia, sino fuera porque a los pocos días a mi abuela Idilia Reusser la fueron a buscar con dos camiones de milicos y francotiradores, y luego se la llevaron a Lebu, donde la torturaron hasta que un ataque cardíaco la condujo al hospital, porque a alguien se le ocurrió que la entrega de las flores era “la señal”. Y porque era comunista, claro.
Pero esa es otra historia.
Ah, y apagones eléctricos… siguen habiéndolos en Cañete hasta el día de hoy cada vez que sopla fuerte el viento.