El levantamiento de la escuadra había ocurrido el 6 de enero y desde ese mismo instante en que frente al Gobierno constituido, se levantaban en armas: civiles, ejercito y marina, un sacudimiento estremeció a toda la República: a los cuarenta años justos, iba a verterse, de nuevo, sangre hermana en todo el país.
Con motivo de una serie de disputas entre los poderes ejecutivo y legislativo sobre el presupuesto fiscal de 1891 fue el inicio de las grandes causas del conflicto.
El cierre del Congreso por parte del presidente José Manuel Balmaceda, desencadenó la Guerra Civil Chilena de 1891.
Las fuerzas del Ejército de Chile se dividieron, apoyando a ambos bandos, la Armada se unió a los congresistas (Leer este episodio de nuestra historia nacional)
La primera noticia telegráfica llegada a la Intendencia dando cuenta, oficialmente, de haberse sublevado la Escuadra puso en conmoción al tranquilo puerto de Lebu. Se temía con fundamento, de que la Escuadra llegará a Lebu a surtirse de carbón. En Lota o Coronel sería más difícil; la cercanía a Concepción, los recursos militares de esta ciudad que, en pocas horas, podría enviar armas y soldados a esos dos puertos, creaba a la Escuadra una situación difícil.
No ocurría lo mismo en Lebu, puerto sin ninguna clase de fortificaciones. Los antiguos cañones, construidos en el Perú a fines del siglo XVIII, estaban tirados en la playa, sobre unas cureñas enmohecidas. Ni siquiera servían para disparar las salvas en las fiestas de septiembre. El único cañoncito en servicio era uno que funcionaba para el 21 de mayo o para el 18, servido por un veterano del 79; cañoncito cuyo estampido apenas lograba estremecer los cristales de todas las casas de la población.
¿Cómo defender la plaza en caso de tener que enfrentar a los rebeldes?
Los “pacos” no pasaban de una docena y sus armas: rifles casi fuera de uso, yataganes y sables encorvados no eran para meterle susto a nadie.
En la Intendencia se abrió un registro de defensores.
Los que se presentaron ofrecieron, además, del concurso de su brazo y de su sangre, toda suerte de armas: desde el trabuco colonial a la espada que había centelleado en las refriegas de Chorrillos o en las penosas campañas de la Pacificación de la Araucanía.
Pero ¿cómo fortificar el puerto, siquiera en aquellas partes de la playa en donde fuera más fácil un desembarco?
Se requisaron cientos de cientos de sacos, se los llenó de arena y se los colocó en rimeros. Tras de esas trincheras ya podrían ponerse a salvo los gloriosos defensores.
Antes de las siete de la mañana se anunció que, hacia el Norte, se divisaba un humo sospechoso. Toda la población se manifestó inquieta y los rumores más absurdos se echaron a correr; toda la Escuadra fondearía en Lebu; el puerto sería bombardeado, sin remedio; no quedaría casa en sus cimientos ni habitante con vida.
Por las calles corrían a caballo, llamando a las armas, algunos oficiales improvisados. Llevaban las espadas fulgentes y con ellas daban mandobles al viento.
Los “pacos” en columna cerrada, con las caras desencajadas y las piernas que le temblequeaban, fueron hasta la playa a tomar colocación detrás de las trincheras. ¡ Qué página de heroísmo se iba a escribir ese día !
El humo se hizo cada vez más visible. Ahora ya se podía decir con certeza que se trataba de una nave de guerra. La escuadra de Lebu: viejas goletas, ligeros remolcadores y pesadas barcazas ganaron el río y echaron anclas apegadas al muelle. Tales hijos que buscan el regazo de su madre.
Esa pequeña escuadra no podría hacer frente a la nave de guerra que rompía, airosamente, las aguas con su proa de acero.
Era la “Esmeralda”, la heredera de aquella nave heroica que se cubriera de gloria en las aguas de Iquique.
En el pueblo, las madres gemían, los hombres andaban destentados, los niños… Para los niños aquello era un espectáculo maravilloso, iban a ser testigos de una guerra, tal como los padres lo habían sido diez años antes.
Una gran chalupa descendió de la “Esmeralda” y aproó hacia el abrigado desembarcadero de Boca Lebu. Pocos metros antes de la playa se detuvo.
¿O es que los marinos tuvieron temor de desembarcar al divisar la trinchera? ¿O es que creyeron que un ejército numeroso estaba detrás de los sacos de arena y por entre las junturas de los sacos metían sus hocicos algunos cañones capaces de pulverizar toda una Escuadra?
¡Que nerviosidad entre la tropa defensora! Por poco no se disparaban solos los trabucos, los rifles, las escopetas o los revólveres.
No faltaba quienes como en el cuento del portugués, dijeran bizarramente: ¡No tiembles tierra, que nada te hago!
De repente se produjo lo insospechado; desde el muelle de las Minas Errázuriz, alguien se tiró al agua y a nado llegó a la chalupa de la “Esmeralda”, cuya tripulación recogió al atrevido que chorreaba agua por todas sus grietas.
Era uno a quien por remoquete llamaban el “medio pollo”.
¿Que habló el recién llegado con el teniente de marina que iba a cargo de la chalupa?
La historia no ha recogido el diálogo.
Los marineros de la pequeña embarcación empuñaron nuevamente, los remos y avanzaron en dirección a las trincheras. A menos de veinte brazadas de la playa un pequeño cañón que llevaba la chalupa hizo un disparo al aire.
La tensión nerviosa llegó al paroxismo. No cabía duda de que iba a empeñarse el combate más serio de la República. Al disparo del cañón de los “rebeldes” iría a contestar una andanada de balas de los defensores del puerto.
¡Como iría a correr sangre! ¡La hecatombe iba a ser homérica!
Avanzó la chalupa y al tocar fondo en las arenas luminosas de Boca Lebu, se vio como corrían a la desamparada los que habían sido colocados detrás de las trincheras para aniquilar la Escuadra sublevada.
Esto ocurrió el 11 de enero de 1891, a eso de las 9 de la mañana.
Publicado en Diario El Sur el 11.01.1939. Escrito por Iñigo García (seudónimo) periodista y escritor Lebulense
Con la Recopilación de Rolando Matus López.