A continuación, un texto publicado en diario La Patria de Concepción (18-IX-1955) que dice relación con la forma y costumbres de la celebración de estas fiestas y que se replicaba en distintos lugares de nuestra region durante el siglo pasado
DIECIOCHO CAMPESINO
Al rayar el sol los cuatro guardianes de la aldea disparaban sus carabinas, los estampidos despertaban a los pájaros y a los aldeanos y se perdían por las vegas amanecidas del estero.
A los sones desacompasados de la banda de músicos, un tambor dos platillos y una corneta, era izada la bandera nacional en el mástil que se alzaba en medio de la plaza. Ya el párroco había echado a vuelo sus campanas y la algarabía dieciochera se desparramaba en chamantos multicolores “potrillos” de pihuelos y banderitas de papel picado que atravesaban la ancha callejuela.
El subdelegado que vestía verdosa levita y apenas podía hacer una venia por el alto cuello engominado, asistía a la misa de campaña. Presidia la ceremonia una antiquísima imagen de la Virgen de Carmen adornada de escudos y banderas y las niñas González eran las cantoras que lucían entre latines y canciones populares, sus voces ya muy gastadas por más de cincuenta abriles.
Todavía nos parece escuchar el sermón del buen cura, quien recordaba como todos los años, tan fausto acontecimiento, las batallas y generales que dieron libertad a la tierra chilena. Había fragancia de agua de azahares y penetrantes aromas de albahacas. Las niñas se habían adornado con sus percalas más floreadas y los guasos con sus altos tacones, pantalones bombachos y chaquetas abotonadas formaban en esa estampa típica del dieciocho campesino.
Terminaba la misa se formaba gran alboroto de caballos ensillados, carruajes y carretelas en dirección a la plazuela en donde chirriaban ya las sopaipillas y despedían su olor las empanadas de doña Moño, una vieja color de greda que tenía “el secreto” de los aliños y fritangas.
Comenzaba entonces la elevación de globos, novedad extraordinaria para los aldeanos que sólo veían cosa tan linda en las fiestas del dieciocho. Con sus colores encendidos subían al cielo de la aldea los globos con sus figuras de chanchos, gallos y zepelines, mientras los chiquillos se quedaban boquiabiertos contemplándolos. Súbitamente se disparaban los petardos y voladores mientras las “viejas” espantaban a las mujeres que entre risotadas y maldiciones se arremangaban sus polleras para que no se le chamuscaran.
El palo encebado, las carreras de ensacados y el romper la olla llena de harina, eran los juegos populares con que terminada la fiesta que se reanudaba al atardecer con la función de los payasos, cuya lona inflaba el viento sur.
Desde lejos llegaba al corazón del pueblo el rasguear de las guitarras que en las fondas animaban la cueca de los más jóvenes. Allí el alborozo no es para descrito, junto a las quinchas adornadas con banderolas estaban los guasos con sus mozas bebiendo chicha y cantándole a la Patria. Vivas al Dieciocho, algunas palabrotas bien chilenas y no pocos altercados de los más ebrios salpicaban la estampa del jolgorio.
Las banderas se borraban en la sombra y entonces la iluminación de los faroles chinescos extendía su reguero azul, rojo, verde y amarillo a lo largo de la calle principal. La aldea era ese día como una de sus niñas, empolvada y roja de carmín; los últimos en el regreso pasaban entre grandes barquinazos gritando sus vivas al Dieciocho; la fiesta continuará al día siguiente con la carrera a la chilena entre el, “Lucero” del señor subdelegado y “La Huincha”, una yegüita baya que tenía toda la pinta de ganar la competencia.
Esto sí que es lindo, decía don Baucha; así se celebran las fiestas patrias, resonaba sobre el tapete de las ramadas dieciocheras.
(Recopilación diario La Patria, en biblioteca Universidad de Concepción por Rolando Matus López)
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