No dejo de impresionarme ni de lamentar lo que está ocurriendo en la cordillera de la Región de La Araucanía: el Ministerio de Obras Públicas planea talar 96 Araucarias araucanas en el sector Liucura–Icalma–Melipeuco para construir un camino. Y lo más difícil de aceptar es que CONAF ya autorizó esta intervención, invocando el 'Interés Nacional'.
La Araucaria —o Pewén— no es simplemente un árbol. Es un ser milenario, un símbolo espiritual, ecológico y cultural. Vive más de mil años. Fue declarada Monumento Natural en 1976, y su estado de conservación es Vulnerable. Está en retroceso, amenazada por incendios, enfermedades, cambio climático… y ahora también por decisiones humanas que, desde mi punto de vista, reflejan una visión cortoplacista del desarrollo.
Me resulta insólito que esto ocurra bajo un gobierno que se ha definido como ecologista. Si el progreso implica eliminar lo que es sagrado para un territorio, entonces necesitamos revisar con urgencia qué estamos entendiendo por desarrollo.
Y no puedo dejar de pensar en los Pehuenche, cuyo nombre significa literalmente 'la gente del Pewén'. Para ellos, la Araucaria no es solo parte del paisaje: es parte de su ser, de su espiritualidad, de su memoria ancestral. Talar una Araucaria es, en ese contexto, tocar el alma del territorio.
Como chileno, como ingeniero forestal y ex Director ejecutivo de Conaf, como persona que ha dedicado su vida a promover soluciones basadas en la naturaleza, siento la necesidad de alzar la voz. Este tipo de decisiones nos obliga a preguntarnos:
¿Queremos seguir creciendo a costa de lo irrecuperable?
¿O es hora de avanzar hacia un modelo regenerativo, que repare, que honre lo que sostiene la vida, que escuche al territorio antes de intervenirlo?
No me opongo al desarrollo ni a la mejora de la conectividad para las comunidades cordilleranas. Lo que me duele —y me moviliza— es que no se hayan buscado alternativas que respeten a estos árboles sagrados. La falta de visión, voluntad y coherencia es alarmante.
Yo no hablo en nombre de una institución ni de un movimiento. Hablo desde lo que veo, lo que siento y lo que sé. Y lo que sé es que cuando se tala lo sagrado, se marchita el futuro.
Espero que esta decisión se revise. Que quienes tengan poder de decisión sean capaces de ver más allá del trazado. Que entiendan que el progreso real nunca debería implicar destruir aquello que nos conecta con la vida, la historia y la belleza más profunda de este país.
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