De casualidad a través de las redes sociales me enteré el viernes pasado que mi hermano Luis estaba en el Teatro Concepción esperando el inicio de la ceremonia de premiación a los finalistas del concurso "Bio-Bio en 100 Palabras" 2022.
En la medida de mis posibilidades seguí las alternativas de esta ceremonia y pude ver a mi hermano recibir su distinción en la modalidad Talento al Premio Mayor para los mayores de 65 años.
En un momento leí el relato de mi hermano titulado "Carbonero de Cayucupil" y en 99 palabras hace de una descripción clara y precisa de una actividad, como me lo aclaró más tarde por teléfono ya completamente desaparecida igual que la gente que la realizó.
A través de su breve relato pude ver nuevamente esa caravana de carreteros-carboneros entrando a Cañete para satisfacer a la gente de un elemento de primera necesidad en tiempos pretéritos como era el carbón vegetal.
Me emocioné al ver nuevamente a mi padre vestido con ojotas, una chupalla y guiando con una picana sin clavo , ya fuera la yunta de bueyes "Noble y Marchito", ya fuera "Me Queda y Poquito"; siempre uno de color clavel y el otro overo.
Recordé que mi padre amaba su jarro de tarro duraznero con oreja de alambre trenzado porque decía que el agua con harina tenía mejor sabor.
Recordé tanta gente que se confunde en el tiempo que bajaba desde las alturas del sector "El Porvenir" pasaban a Cayucupil a servirse una chupilca y continuaban viaje a Cañete.
Ortiz, Pedraza, Peña-Salamanca y tantos apellidos que hoy se pierden en las ciudades vecinas buscando mejores expectativas y que en el pasado dieron vida, alegría y esperanza a estos olvidados campos chilenos.
Mención especial a la familia Fernández-Olave, mi familia; con Juan o Celestino me adentraba en las poblaciones de aquellos tiempos vendiendo carbón para luego de comprada la pulpería encaminarnos de regreso y cuando se hacía la noche nos quedábamos a dormir a orillas del caudaloso Río Cayucupil frente a las casas de Don Eliecer Pincheira para luego al clarear el alba subir la empinada cuesta de los cerros de Butamalal, hasta la casa de mi abuela Doña Aída Olave Olave.
Gracias hermano, por los recuerdos que trajiste con tu breve relato y que abarcan toda una vida de trabajo de mucha gente.
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