Un tema complejo puesto sobre la mesa en los últimos años, donde las graves consecuencias del mal manejo que le han dado los gobiernos, las paga el ciudadano común y corriente. Actualmente lo que más preocupa a nuestras autoridades, son temas valorados y respetables, que también necesitan ser resueltos a la brevedad, pero que sólo afectan a minorías, como el caso de las etnias, minorías sexuales, entre otros, pero se han hecho ciegos, sordos y mudos por generaciones y nunca se han atrevido a tocar el problema de la inmensa brecha que hay entre ricos y pobres, que son el más cruel ejemplo de discriminación del individuo a nivel global.
Aparentemente tenemos tres clases sociales:
Por un lado tenemos a los “pobres”, que no se sienten para nada discriminados, pues no alcanzan a vislumbrar que se les trata como tal, porque las autoridades se han encargado inteligentemente de hacerlos desaparecer; cambiando nuestro léxico cotidiano y poniendo de moda frases que suenen más bonitas, para evitar ofenderlos y ahora se les llama política y elegantemente “familias vulnerables” o “en situación de calle”. Este grupo social es el regalón de todos los gobiernos y salga quién salga, siempre sale tremendamente favorecido y no se le exigen metas; por lo que muchos avivados falsifican antecedentes que los hagan parecer más “vulnerables” de lo que son y poder disfrutar de todos los bonos y beneficios que les regala el gobierno de turno.
Después tenemos a la “clase media”, donde se encuentra la mayoría de los empleados públicos. Siempre me he preguntado, por qué nos llamamos así y creo tener la respuesta. Y es porque anualmente nuestros ingeniosos economistas, estudian con esmero nuestros ingresos y sin importar el nivel de gastos que tengamos, hacen cálculos de tal manera, que nunca somos bendecidos con algún beneficio de parte del Estado. Somos los perdedores de siempre, donde los gobiernos, más que darnos beneficios busca fórmulas para quitarnos algunos derechos; como la posibilidad de hacer carrera funcionaria (Salud y Educación) y el reajuste anual que todos los años nos sale recortado. Por lo tanto, esta clase social obligatoriamente debe endeudarse para toda la vida: paga su casa y educación de sus hijos con el auspicio del Banco, para el resto de sus bienes, recibe el generoso auspicio de sus tarjetas de crédito. Y el stress permanente, al que está sometido para cumplir con estos compromisos, le permite vivir a medias, comer a medias, vestir a medias, vacacionar a medias (generalmente en su casa) y dormir a medias. Ahí está, lo de clase media.
Por último, pero bien lejos de todos nosotros tenemos a los “ricos”, que son una muy pequeña minoría, que concentra casi toda la riqueza del país, que tiene nula conciencia social y es incapaz de compartir el crecimiento de su empresa con sus trabajadores, por lo tanto deberían quedarse sólo en la categoría de personas con dinero.
Otra forma de discriminación, es la pésima forma de ejercer la Democracia, que significa “poder del pueblo” y que se debe desarrollar a través de la participación. Pero en Chile eso no sucede, sólo participamos cuando vamos a emitir nuestro voto en las elecciones populares, para luego; ver nacer diferentes tipos de “comités de expertos”, que generalmente son personas jóvenes, en que su experticia radica solamente en su interminable currículum de títulos de papel y sus integrantes son elegidos entre el círculo de amigos o familiares de los que ejercen el gobierno.
Es en estos comités donde se engendran algunos modelos que se pretenden aplicar en Chile; generalmente en salud y educación; que son una pésima copia de experiencias de países desarrollados y que debemos cumplir como mandato divino y cuando no se logran las “metas”, es porque el funcionario público chileno es flojo y no está comprometido, sin tomar en cuenta que estamos copiando a un país que en nada se parece al nuestro y los modelos que pretendemos copiar llevan muchos años de aplicación en los países de origen y acá se esperan resultados más instantáneos.
Hay una sociedad pequeña, aparentemente frágil, que por muchos siglos ha sido capaz de ejercer la democracia más perfecta del planeta y por lo mismo ha logrado mantener el equilibrio del ecosistema y que deberíamos imitar, me refiero a la familia de las abejas. Que logran estos resultados porque en esta democracia hay una sola reina, varios zánganos y la mayoría de su población está compuesta por abejas obreras, que alternan entre ellas el descanso con el trabajo y donde es imposible distinguir clases sociales. No así, en la imperfecta democracia humana, en que hay muchas reinas, muchos zánganos y muy pocos quieren ser obreros.
También encontramos discriminación, en la tremenda inequidad en el trato, que se da en la relación entre funcionario público y usuario, situación que se ha ido agravando cada vez más, especialmente en los servicios de salud, educación y carabineros. Donde priman en el usuario sólo los derechos y en el funcionario los deberes. Se han perdido de forma alarmante los objetivos centrales de estas instituciones y todos los valores cívicos de sus habitantes, en que no hay atisbos de parte de los gobiernos de querer recuperarlos.
Se considera buen trato; cuando los funcionarios públicos se comportan como monigotes complacientes, usan guantes de seda, caminan en silencio y tienen voz susurrante, para no despertar la ira de algunos usuarios y evitar que los tapen con injustos reclamos, que es lo menos grave que les puede suceder.
De esta manera han surgido tres castas de funcionarios públicos dentro de las instituciones: Si nos detenemos un poco, veremos que los funcionarios que tienen más reclamos son los más antiguos, porque a ellos les cuesta adaptarse a las nuevas reglas, son muy fieles al cumplimiento de los reglamentos institucionales, que se han ido flexibilizando con el tiempo, hasta quedar al entero gusto del consumidor. Este grupo podría llamarse funcionario antiguo rebelde.
Luego, tenemos al funcionario antiguo obediente, que son hartos, esos que no son capaces de defenderse y mucho menos dar la cara por un compañero, aunque sepa que éste ha tenido un buen comportamiento funcionario. Y por último tenemos a los funcionarios más jóvenes, que son la amplia mayoría de trabajadores; en que su relación laboral con la institución es a Contrata, Honorarios o Compra de Servicios, que no se quieren meter en problemas y prefieren practicar el silencio y la obediencia, no porque estén de acuerdo con el sistema, sino porque su inestabilidad laboral les impide manifestarse y su opinión les puede significar la calle.
También encontramos discriminación cuando vemos en no pocos casos a las altas jefaturas no siendo capaces de defender al subalterno y en su afán populista prefiere quitar autoridad al funcionario para quedar bien con el usuario, aunque sepa que éste ha actuado de acuerdo a los reglamentos institucionales. Otras veces no lo defiende porque ni siquiera lo conoce y mucho menos la actividad que éste realiza dentro de la institución y que generalmente es el que está dando la cara al público todos los días y recibiendo los malos tratos de algunos usuarios. El jefe siempre va a quedar bien, no quiere exponerse a ser impopular, porque también está cuidando su propio puesto de trabajo.
Para evitar todos estos conflictos, es urgente que las jefaturas de todos los servicios públicos amplíen su radio de acción, que no se debe limitar sólo a las paredes de su oficina y contestar diligentemente por escrito los reclamos que le ha generado algún funcionario, en que para dejar contento al reclamante le agrega el comentario “se conversará con el funcionario para que corrija su conducta” dejándolo igual en entredicho aunque el comportamiento de éste haya sido apegado a reglamento. Si los jefes estuvieran más en contacto con la comunidad y trabajaran mano a mano con los funcionarios dentro de los servicios públicos, otro gallo nos cantaría. No olvidemos que “soldado que no va a la guerra, no recibe las balas”.
Todo esto, genera frustración, el funcionario no trabaja ni descansa tranquilo, empieza a presentar serios problemas de salud mental y física y lo que es peor, algunos ya han sufrido infartos o han fallecido en sus lugares de trabajo. Y ésta, es otra deuda que tienen los gobiernos, que exigen al postulante certificado que acredite salud compatible con el cargo cuando ingresa al servicio público y no han realizado ningún tipo de evaluación de cómo se encuentra el funcionario al momento de jubilar y mucho menos se hace cargo de las precarias condiciones de salud con que se va del sistema.
La otra inequidad que viven los funcionarios públicos, es el tremendo desequilibrio contractual, que crece aceleradamente dentro de las instituciones y que ha provocado una profunda división entre sus trabajadores, en que los que pueden participar han ido formando pequeños gremios independientes, que pueden tener objetivos muy válidos, pero que por sí solos no tienen la fuerza suficiente para llegar a una buena negociación y se sigue cometiendo el tremendo error de no ser capaces de unir fuerzas en un sólo conglomerado frente a las grandes crisis, dejando al gobierno en una muy cómoda posición para negociar, después de haber logrado su máximo objetivo que es: “DIVIDIR PARA GOBERNAR”.
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