Las últimas denuncias públicas relacionadas a la ética política en Chile, corresponden a debilidades humanas que han estado presentes durante toda la historia de la humanidad.
Las sociedades mejor formadas, o que han invertido en Educación con el propósito de formar ciudadanos en beneficio del bien común, pueden diferenciar lo bueno de lo malo, más allá de lo legalmente correcto. Al contrario, las sociedades que poco o nada invierten en una Educación con sentido ciudadano, o pro bien común, permite que un individualismo extremo determine un marco ético lleno de relatividades.
Así, aquellas conductas que aceptamos en el diario vivir, tales como buscar conocidos para no hacer filas en bancos o supermercados; no pagar el pasaje del bus; quedarse con un vuelto o usufructuar de un “pituto”, pasan a ser “vivezas” o “astucias”, en vez de precursores directos de corrupción. Son pocos los casos en las actuales condiciones de un modelo individualista, donde se valoriza más una buena acción que un “buen negocio”, dado que este último permite disponer de más pertenencias o bienes de consumo, único signo de respetabilidad en el modelo.
La ambición y la codicia en este estado de cosas no establecen diferencias, por lo que un ciudadano común que no ha sido formado sólidamente en valores que generen beneficios a la sociedad, como la honradez y el cultivo de la virtud (Hogar); que no ha sido instruido en principios que lo motiven a trabajar por el bien común de la sociedad, como la solidaridad y la tolerancia (Escuela), es un corrupto en potencia. Lo será en la empresa privada o en la administración pública del Estado.
El dejar hacer en este caso, permite que afloren las peores debilidades humanas que son capaces de justificarse en situaciones comunes, tales como: “Si los otros lo hacen, por qué yo no..”, o, ”Pero ellos robaron más…” y si la justicia no es capaz de condenar, pasan a ser “vivos” o “astutos”, relativizando aún más las conductas erradas.
Desde los inicios de la historia, los diferentes pueblos han actuado sobre estas realidades. En oriente los castigos eran proporcionales a los delitos, las sociedades entendían que no invertir en educación con sentido cívico, implicaba los riesgos de que la clase dominante abrazara los intereses de círculos y sus pasiones, dejando al lado los altos ideales.
En occidente, se avalaba la presentación de un político, cuando este pertenecía a algún referente ético aceptado por la sociedad, por lo que rendía cuenta de sus actos al colegio gremial o profesional, a la iglesia dominante o la francmasonería.
Hoy en día vemos superados estos límites de acción. Es alarmante el accionar de los poderosos grupos económicos que disponen de lujosas capillas para justificar sus pecados, se han aliado a congregaciones religiosas que relativizan los mandamientos de dios, a cambio del financiamiento de sus colegios y el monopolio en el negocio de la caridad. Por otro lado, el financiamiento de las campañas electorales, les permite legislar desde las sombras en beneficio de sus intereses y conveniencias.
El poder corrompe a quienes no han sido formados para servir al prójimo o han abandonado sus sueños de sociedad. Es por ello que debe existir consenso en una sociedad sobre lo permitido o tolerable en la cosa pública, con leyes que inhiban la corrupción y el nepotismo, que delimiten las competencias entre lo público y lo privado, que no exista otro interés en política que no sea el servicio público.
Debemos impedir que la política se transforme en una carrera profesional, donde el interés por el dinero condiciona su ética. Reflejo de esta situación son familias completas en puestos públicos de poder. Padres e hijos, hermanas y cuñados, que usufructúan del gobierno de turno una y otra vez.
De ahí la necesidad urgente de la renovación ideológica, sueños de sociedad más justa y equitativa que reemplacen al dinero como motivación de participación en lo público, en la urgente recuperación ética de nuestra sociedad.
Es necesario volver a las luchas históricas de la sinceridad contra la hipocresía; la libertad y la tolerancia contra el fanatismo y la tiranía; a la Educación Pública con sentido ciudadano, que no permita discriminación o segregación más allá de las capacidades de cada individuo. Así se forma una sociedad republicana, con una Educación que combata la miseria de odios, envidias y traiciones, que hacen de la ignorancia del pueblo, un nicho de mercado para usufructo del poderoso y la marginación de la virtud.
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