Hace muchos años, cuando recién me incorporaba a trabajar como funcionario de la Corporación Nacional Forestal escuché esta anécdota que encontré interesante y misteriosa, en la forma que acontecieron los hechos. Época que no contábamos con la actual tecnología comunicacional.
Era un viernes de mayo del año 1985, siendo sus protagonistas Gastón Rojas y Jorge Chacón ambos Ingenieros Forestales, que deciden ese día aprovechar el bonito día de otoño y visitar un predio “Dunas de Lloncao” distante a unos 20 km al sur poniente de la oficina en Cañete. Con el propósito de ver el resultado del prendimiento de una planta denominada “Amóphila” que permite estabilizar las arenas de ese amplio sector costero.
Ese día, Jorge estaba de cumpleaños, soltero, lejos de su familia (Chillan) y mientras avanzaban en su jeep, planificaban con su colega, que al regreso y durante la tarde celebrarían dicho acontecimiento con anticuchos, carne, longanizas, papas cocidas un buen vino y el infaltable “pebre cuchariao” en el garaje de su casa, junto al resto de sus compañeros de trabajo.
Después de recorrer y disfrutar del paisaje costero, pasando por los arenales sin mayor dificultad y ya bien avanzada la tarde, decidieron regresar en su jeep rojo, avanzando con mucho cuidado por las mismas huellas del trayecto del solitario sendero de ida…. Jorge divisa en un costado de la ruta restos de cacharros… ¡para!… para¡... grita... y se bajan a ver. Para sorpresa además de los cacharros de greda, había huesos, piedras talladas para curtir cueros, entre otros objetos. Estaban en presencia de un hallazgo impresionante.
Pensaron que se trataría de un entierro indígena de unos cuantos años y producto del viento reinante en el sector removió las arenas dejando al descubierto esos objetos.
Una vez comprobado que efectivamente eran objetos indígenas, imaginaron como adornarían un rincón de sus livings con estas apreciadas reliquias.
No lo pensaron dos veces y deciden acomodar las especias en la parte trasera del vehículo.
Con la cara llena de felicidad continuaron su regreso a Cañete por el agreste terreno arenoso… de repente… ¡El Susuki da señales de quedar pegado en las blanda arenas de la dunas !. Se miraron preocupados. Bajaron e intentaron una y otra vez mover el vehículo.
Fueron pasando un buen rato y era imposible salir de ahí.
La única manera de resolver la situación era pedir refuerzos… pero ¿cómo?, tal vez una yunta de bueyes... dijo uno.
Optaron por abandonar el lugar. Tras recorrer algunos kilómetros, encuentran a un vecino del sector con su carreta y bueyes. Explicándole lo que pasaba, gentilmente accedió a acompañarlos hasta el vehículo.
La alegría en ese momento duró poco. El todoterreno no dio señales de moverse a pesar del esfuerzo de los bueyes.
Convencidos al no lograr su propósito, deciden conseguir otra yunta de bueyes, pero se les presentó otro problema … “la noche”. En mayo la oscuridad llega más temprano.
Debieron caminar unos cinco kilómetros a la casa de Manuel Antío ex Guarda bosques de Conaf y tristemente deciden quedarse ahí hasta el día siguiente.
Los anticuchos, las longanizas, la celebración junto a sus colegas… se había ido a la …” cresta” ...que cumpleaños... “
Al día siguiente la levantada fue de madrugada, luego de tomar un humeante y reconfortante café de trigo con unas calientitas tortillas de rescoldo y con mucho optimismo, programan el próximo ataque para ganarle al arenal.
Mientras Ño Manuel iba en busca de sus bueyes, Gastón y Jorge se dirigieron rápidamente al vehículo e intentaron nuevamente moverlo con la fuerza de su motor con la esperanza que esta vez la suerte estaría de su lado. Inspeccionaron el Suzuki y el terreno, trataron de salir… pero de nuevo fue imposible.
Decidieron esperar la yunta de Antío. En eso, Gastón se dirigió a la parte trasera del vehículo abrió la puerta y observó los objetos indígenas que Jorge había acomodado con bastante aprecio… los miro un rato … y dijo… “No será esto la causa de nuestra mala suerte” … y sin pensarlo más, tomó los objetos y los dejó de nuevo en el arenal.
Acomodaron la yunta de bueyes, Gastón hace andar el motor y de pronto… como por arte de magia, el vehículo comenzó a moverse lentamente hasta alcanzar terreno firme.
Por fin podían pensar en el regreso y sin perder más tiempo y después de despedirse de don Manuel, emprendieron el regreso a Cañete.
La duda que nos queda... ¿fueron los objetos indígenas los que causaron el fracasado retorno del día anterior?.
A pesar de todo, ese sábado en la tarde el cumpleaños de Jorge fue celebrado… como Dios manda¡¡
Ilustración Cantaros de Rodrigo Carrillo Correa / Imagen diario El Sur 1965 Amóphila
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