En la búsqueda de informaciones en la prensa escrita de la región del siglo pasado, Rolando Matus encuentra un interesante artículo del Director del Diario La Paria de la época, 1946.
CAUPOLICAN MONTALDO BURGOS, fue narrador y periodista, director del diario La Patria de Concepción, jefe extensión cultural de la Universidad de Concepción y profesor periodístico de la misma casa de estudios.
En su visita describió a Cañete en la siguiente nota, junto a las imágenes de más abajo:
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CAÑETE, (febrero 1946) Son cerca de cuatrocientos años de historia los que pesan sobre la ciudad de. Cañete. Fué escenario de las más crudas batallas por la conquista de Chile. Allí don Pedro de Valdivia, el primer ejecutivo. que hubo en Chile, soñó con la pacificación de las tierras de Arauco, Pedro, de Valdivia era hombre de espada, pero era también un soñador, de otra manera no habría realizado los avances de su conquista, que si era violenta en su forma iba caminando hacia la realización de un ideal. Allí don Pedro, desde lo alto en que se asienta la ciudad, miró y trazó planes heroicos, qué heroico era todo en él, pero la astucia lautarina rompió a lanzazos su ensueño y su vigor de hombre casi infatigable. Cañete recibió su sangre y sus últimas palabras. Hay historiadores que dicen que poca sangre cayó al suelo, pues el espíritu de los valientes había que beberla, Y la sangre era el medio en que latía aquel espíritu... Hace algunos días cruzamos una vez más las polvorientas calles de Cañete. Recordamos su historia maciza y sugerente, y nos entrega un punto más para su historia local el hecho de haber sido esta pequeña ciudad la cuna del ejecutivo actual de Chile, don Juan. Antonio Ríos, cuyo nombre como propaganda electoral no se borra todavía de todos los muros y extramuros de Cañete. El presidente ha honrado su ciudad materna impulsando directamente muchos adelantos en ella. Y así vemos que las calles tienen listos los heridos para recibir la red de agua Potable, que constituye, desde luego, un gran adelanto. Frente a la plaza, simpático y apacible rincón, que es a la vez corazón de la ciudad — se levanta un hermoso edificio escolar, y en una esquina un edificio moderno de dos pisos anuncia que allí se reunirá el club social de Cañete. Por otro lado, la Iglesia yergue su casa de firme construcción. La Gobernación de Cañete, que sirve un importante sector, atiende, sin embargo, en una casa de tablas viejas que amenazan derrumbarse. El comercio es activo. Buenas tiendas entregan toda clase de mercaderías a su clientela campesina y araucana. Hay una pizarra ofreciendo buenos precios por cueros de huiñas, liebres y coipos. Parece que no hay temor de que estos últimos se exterminen. Pasan indias cobrizas, y otras casi rubias. Todas van con sus adornos de plata, sus inmensos aros- y su tremenda seriedad. Detrás corren chiquillos morenos que hacen chasquear los pies en el suelo. Un jinete ebrio llega a una esquina y tira de riendas al pingo, al pobre pingo criollo que los aguanta con resignación. Lleva espuelas agudas que hunde en los hijares sangrantes de la bestia. Algunos lo miran con cierta admiración. y hasta un representante de la ley está por aplaudir. Allí donde el jinete hace la revuelta se exhibe un letrero que reza que "hacer reñir los gallos y usar picanas con clavo es penado por la ley", pero como nadie dice nada de los brutos que acuchillan a los brutos de abajo con las espuelas, esto debe ser permitido y estimulado. En la plaza. al mediodía. se pasean dos grandes señores hablando en alta voz de política. Por allí, en un cerco de tablas, se ríe a gritos un payaso en un afiche: "Gran Circo Olave. ¡Nada de bluffs para atraer al público!". Nadie ha entendido la indirecta. Más allá de Cañete, tampoco. Un rotario hizo construir un pedestal de piedras para colocar honorablemente un viejo cañón de artillería que estaba por el santo suelo. Es lealtad respetar las cosas gloriosas. Pero este cañón con toda su historia, su gloria y su tradición no puede exhibir su color noble primitivo. sus canas venerables. Lo tiñeron totalmente de verde claro, como los bombones o los chupetes helados... El pitazo del tren nos saca de contemplaciones. Pasa por allá abajo con sus ruidos y su afán modernizante. Aquí arriba queda la ciudad, la vieja y pequeña ciudad que recién viene despertando. Caupolicán Montaldo. Febrero de 1946
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