Francisco Flores Olave, cañetino asentado en la capital por ya varias décadas no deja de recordar y sentise orgulloso sus experiencias vividas en su pueblo querido, Cañete. Esta vez nos vuelve a contar sobre el trabajo de obrero agrícola forestal.
Por razones personales que no es preciso mencionar ahora , como en el mes de octubre de 1976 comencé a visitar unos amigos en el sector de Tranguilboro, específicamente en una reserva de madera nativa conocida como Reserva Lanalhue, me parece que era propiedad de unos señores Etchepare (no estoy seguro de ello).
Tan seguidas fueron las visitas al lugar que un día mi amigo Sebastián Silva “Chagüita” me pregunta si no me gustaría quedarme allí , siendo mi mayor preocupación donde podría trabajar.
Bueno, me dice; puede trabajar en el aserradero, después en invierno vienen las plantaciones, así que “pega” habrá.
Mientras tanto y debido a una precaria situación económica viajaba regularmente a Cañete haciendo muchas veces el trayecto a pie de ida y vuelta, a menos que algún camión me llevara arriba de su carga.
Decidí quedarme a vivir allí por algún tiempo, por lo que acudo a conversar con el jefe del aserradero de la Reserva único lugar donde podía por el momento trabajar.
El hombre encargado de esto era Don Omar Aravena quién me indica que hay 3 puestos vacantes en el aserradero; astillero, aserrinero y tapero:
Me decido por el último porque encontré así a simple vista que sería más fácil de realizar.
No conocía a los vecinos más que de vista y algún saludo que habíamos cruzado, porque la costumbre en el campo es saludarse todos con todos.
El día lunes indicado llego al lugar de faenas en donde estaba instalado el aserradero, perdido en la inmensidad de un bosque de coigües, ulmos, tepas y olivillos no habiendo nunca realizado esta actividad y sin saber si daría “ley” ni menos si sería aceptado por el resto de los trabajadores.
El aserradero estaba instalado en el “faldeo” de una quebrada para permitir el rodado de los trozos cortados a 3.20mts. de longitud, desde unas alturas donde eran arrastrados por varios operarios con sendas yuntas de bueyes y los dejaban caer cerro abajo hasta llegar al pie de unas “yeguas” (troncos a modo de embarcadero) para ser cargados en el carro que los pasaría por la sierra en donde lo primero que se les sacaba era la tapa, es decir la corteza; allí este corte lo recibía el “boca-sierra” quién levantaba este corte para que el “tapero”, o sea yo, lo cargara en su hombro y lo arrojara al lugar de acopio de esta madera que era un deshecho.
El problema era que los árboles no tenían uniformidad en su estructura, en un extremo eran mas grueso que en el otro, entonces una punta era mas pesada que la otra, a veces adelante, otras atrás, por lo tanto había que calcular en segundos para colocar el hombro en el lugar correcto a la primera, porque si no era así la tapa “se lo llevaba a uno” y fácilmente podía derribarlo.
Trabajaban allí, (pido perdón si olvido a alguien): de “tumbador” , el que giraba los trozos cada vez que pasaban por la sierra, Antonio Albornoz; Omar Aravena “el palanquero”, operaba el carro y daba la primera dimensión al tronco aserrado; luego quién recibía la tapa y madera semi aserrada “el boca-sierra” Don Manuel Salazar “don Maño”, quién le ayudaba y levantaba la tapa para mi hombro era Don Carlos Alarcón; en la sierra chica estaba Edmundo Alarcón, la astilla y el aserrín eran sacados por los hijos de Don Nino Arias; luego de allí la madera dimensionada caía a través de otras “yeguas” a un depósito con agua mezclada con un líquido mata termitas para posteriormente ser acopiadas según su medida por los “tableros” Gatita y Manríquez apodado “Llegaste”.
No recuerdo los puestos de Belarmino y Hugo Alarcón
En la montaña arrastrando troncos con bueyes estaban Don Nino Arias, y dos más que no recuerdo sus nombres.
Según supe después, que como yo era “de ciudad” no estaría capacitado físicamente para realizar el trabajo que me habían asignado así que Gatica que se consideraba el mejor “tablero” de la historia del lugar me sentenció a durar 3 días trabajando allí.
Debo reconocer que los primeros 3 días fueron complicados porque tuve que adquirir “mañas” para no ser sobrepasado por la rapidez con que salían las tapas desde la sierra ya que esta no funcionaba con la máquina a vapor conocida como “locomóvil” y que muchas veces al encontrar resistencia por la dureza de la madera “se chupa” y pierde fuerza, allí se trabajaba con un motor petrolero de no sé cuantos caballos de fuerza por que lo que los troncos eran aserrados con la misma facilidad que un cuchillo corta la mantequilla.
Pasada la primera semana de trabajo y viendo mis compañeros que yo era tan capaz como cualquiera comenzaron a aceptarme como de los suyos, situación que tuvo su momento cúlmine una mañana en que llegué vestido con un sombrero de paja y en los pies unas ojotas con “retobo” ( género de saco de harina para envolver los pies a modo de calcetín); en ese mismo momento me adoptaron como de los suyos porque vieron que yo no era sólo de ciudad sino un joven de esfuerzo y trabajo capaz de adaptarme a las circunstancias. Tenía en ese momento 20 años de edad.
Conocí allí y recibí la estimación de muchas personas; entre ellos, Don Antonio Albornoz y su esposa Carmen que me prestaban caballo y bueyes para realizar algunas faenas; Don Edmundo Riffo, que sufría dislalia y nos hacía reír mucho cuando por decir Venezuela, decía Valenzuela; él tocaba armónica así que le regalé una que algunos años atrás le había comprado a Don Waldo Chandía.
También estaba Don Nino Arias quién había conocido a mi bisabuelo Teófilo Olave Sáez, y también conocía la historia de amor de mi abuela Aída Olave Olave con un vecino de apellido Santander y que tuvo como resultado el nacimiento de mi mamá; pero como en ese tiempo no me interesaba la genealogía no le puse mucha atención. Hoy me arrepiento de ello.
Estaban también los hermanos Alarcón-Belmar; Edmundo, Belarmino y Hugo; entiendo que a la fecha están fallecidos los tres. Edmundo que era el mayor tenía un banjo en su casa y siempre me invitaba a tocarlo porque en ese tiempo yo tocaba guitarra. Nunca acepté la invitación.
El lugar de acopio de madera era estrecho por lo que cada cierta cantidad de semanas venía un camión (según me dijeron) y la llevaba al asentamiento donde era encastillada para el secado.
Cuando llegó el momento de que viniera el camión este era de propiedad de Don Aquiles Fuentes , insigne profesor y animador de muchos eventos, generalmente para el desfile del 18 de septiembre frente al edificio de la Gobernación (en ese tiempo) de Cañete, como peonetas venían 3 ; y entre ellos Manuel Ulloa mi gran compañero de correrías por muchos de los bailes “culturales” que se realizaban en Cañete.
Bueno, no recuerdo la fecha en que se dio término a la actividad de producción de madera así que quedamos todos cesantes.
Pero colindante a este predio estaba uno que había tomado la empresa caminera INGAS S.A. para realizar trabajos forestales; “Chagüita” trabajaba allí realizando la poda de una extensión de terreno donde había una enorme plantación de radales.
El Capataz, representante de la empresa era Don Elio Plaza, quién me contó que había trabajado en las faenas de la primera capa asfáltica que se le dio a la ruta P60R desde Cerro Alto hasta Cañete por el año 70-71.
Un gran número de vecinos de la Reserva fuimos contratados para realizar labores de plantación de pino radiata durante los meses de junio, julio y agosto.
Fue un trabajo muy duro porque entre más llovía era mejor para que el terreno estuviera blando para enterrar la palilla y poder enterrar las plantas. Belarmino Alarcón era el guía, y cada uno tomaba distancia dos palillas al costado derecho suyo respectivamente del anterior, enterraba la planta, medía dos palillas hacia adelante y dos respecto del que estaba a nuestro costado izquierdo.
Fueron aquellos tres meses terribles por cuanto llovió, llovió, llovió y nosotros que parecíamos ovejas en la loma con nuestros trajes de agua amarillos, seguíamos plantando.
Fuimos todos nuevamente recontratados para realizar las faenas de replante durante los primeros 15 días del mes de septiembre y nuevamente cesantes.
Como el 25 de septiembre por la mañana me asomo a la puerta y veo que están varios vecinos reunidos en un lugar que yo llamaba “la placita” así que me dirigí hasta allí a ver que pasaba.
Estaban los hermanos Alarcón –Belmar , Antonio Albornoz, Edmundo Riffo, entre otros trazando planes porque Hugo Alarcón había traído desde Buchoco cerca de Contulmo, a orillas del Lago Lanalhue la noticia que necesitaban operarios para efectuar trabajos de acopio de pino (Metro de ruma), me preguntaron si quería ir con ellos; lógico, no era momento de regodearse con el trabajo , así que hicimos los preparativos pertinentes y nos fuimos una madrugada por una montaña hasta dejarnos caer en el sector de Buchoco.
Allí hablamos con alguien que representaba al contratista y nos pusimos “manos a la obra”; los que tenían bueyes obviamente los llevaron pues ganarían más. Los otros encastillaríamos la madera en una hilera de dos metros de alto y tantos como se pudiera de largo para que mas tarde fuera cargado este material sobre los camiones de traslado.
Con el correr de los días nos dimos cuenta que los ingresos per cápita serían pocos así que nos comenzamos a desanimar, mientras yo “peleaba” (había sido designado por mis compañeros para el efecto) con el contratista por mejoras salariales, las que no llegaban.
Al mismo tiempo desde lejos por entre la montaña llegaba el pitazo de un “locomóvil” lo que indicaba que había un aserradero por allí; así que un día Belarmino Alarcón se fue como a las 5 de la madrugada a ver si había trabajo. Se quedó allí.
A la semana siguiente Belarmino me dice que vaya al aserradero porque necesitan “tableros” (hombres que cargan la madera aserrada y encastillan) y habló por un puesto para mí.
Fui a hablar con el Capataz quién me dejó trabajando así que cambié de rubro; allí comenzábamos a las 07.00 horas de la mañana con un receso de 30 minutos a las 08.00 horas para desayunar, luego al mediodía una hora para el almuerzo hasta las 16.00 horas media hora para tomar once, y continuábamos hasta las 19.00 horas momento en que cenábamos.
Allí tampoco se divisaba un futuro promisorio en lo que a dinero se refiere; pero, que diablos había que seguirle dando hasta donde el cuerpo aguantara. El ambiente, entre compañeros era ameno, eso no se puede negar.
No recuerdo bien, pero debe ser por noviembre que en un viaje a Cañete paso a saludar a los amigos de Radio Millaray y Don Luis Rivas Leal, Gerente-propietario de la misma me pide regresar cosa que me comprometo a hacer durante la semana siguiente.
Mi regreso a la emisora marca el inicio de una nueva aventura en mi paso por la vida y pone nuevamente en mi corazón ideas que momentáneamente había olvidado pero que silenciosamente seguían latiendo en mi sangre, oxigenando mi vida para seguir elevando mis pensamientos hacia el futuro buscando concretar el ideal de una vida mejor.
En mi corazón para siempre quedaron grabados los nombres de aquellas personas sencillas y transparentes como el rocío que cae del cielo en sus sentimientos hacia las personas a quienes entregan su amistad; allí están Gatica, el mejor “tablero” del lugar, Don Manuel Salazar “Don Maño” ; Omar Aravena el Capataz; Don Edmundo Riffo y su dislalia; “Llegaste” Manríquez; un gran amigo Don Antonio Albornoz y su esposa Carmen; Don Nino Arias, su familia y su caballo “Blancos Pelos” que me prestó una vez para viajar a El Porvenir donde mi abuela Aída Olave Olave; Don Lucho Acevedo a quién apodaban “la visitadora de Pocuno” porque rato libre que tenía se iba para allá; los hermanos Alarcón- Belmar y el banjo de Edmundo que nunca toqué.
Recuerdo especial a Sebastián Silva “Chagüita” y su esposa Edulia, su hijita Elia que me decía “tío Panchito” y Oscar el rucio; les recuerdo por todo el tiempo que viví en su casa. Hoy viven por el sector de La Araucana en Antihuala.
Todos ellos gente trabajadora, honrada y cabal como no he conocido otra.
Mis recuerdos para ellos
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Foto portada, ingreso actual a Tranguilboro, www.miguelgonzalezferrer.cl
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