Como nos gustaría tener muchos "Francisco Flores" para que a través de sus letras, sus recuerdos, sus anécdotas, nos fueran escribiendo la historia de nuestro pueblo, nuestro campo, nuestra gente. Es lo que cada vez que lo leemos, sentimos lo que esta haciendo, escribiendo la historia de una época, de la gente simple pero real.
Mientras duró mi permanencia en el lugar hubo varias anécdotas simpáticas y que relataré algunas ahora. Estas historias no están relacionadas cronológicamente ni tienen que ver una con otra; pero abarcan el período de un año.
---A los pocos días de haber llegado al lugar un vecino me queda mirando y me pregunta “¿Usted, familia; es Olave o Fernández? “Flores” –contesto. Pero ¿tiene familiares Olave? Vuelve a preguntar ---Mi mamá- le respondo.
Me sigue mirando, ¿De qué rama es usted? --- Nieto, bueno, bisnieto de Don Teófilo Olave. Este hombre insiste en su interrogatorio: ¿Usted es algo de la Aidita?—Nieto-vuelvo a contestar. Se toma la barbilla y exclama: Aaaaaah! Entonces es de la familia.
Lo que nunca me aclaró que fue lo que quiso decir. Su nombre era Luis Acevedo y le apodaban “La visitadora de Pocuno” porque rato libre que tenía se iba para allá elegantemente vestido de huaso. Era una persona muy agradable.
---Don Nino Arias era el típico hombre de campo, con la piel muy quemada por el sol; buen jinete, analfabeto, bueno para fumar y tomar chicha de manzana, le gustaban las rancheras así que luego de saber que yo tocaba guitarra me invitó a su casa y me pidió le enseñara a un hijo menor que quería aprender.
Estuve muchas veces en su casa por las noches; la familia completa era muy gentil, como es la gente de campo; de pocas palabras, pero muy amable en atenciones. Como dicen ellos “la casa es chica, pero el corazón es grande”
Fue una noche de aquellas en que comenzó a relatarme que conocía de juventud a Don Teófilo Olave Sáez, mi bisabuelo y que este había sorprendido a su hija mayor, la Aídita en amores con un joven vecino de apellido Santander, y que habiéndole reclamado al padre de este joven ellos negaron tener alguna relación. Pero con el tiempo, es decir los meses todo quedó en evidencia al aparecer embarazada “la niña Aída”. Esto por el año 1938. En el mes de julio de 1939 nació mi mamá.
Don Nino en aquel momento me dio el nombre del joven Santander, pero a mí no me interesaba la genealogía en su más mínima expresión así que rápidamente lo olvidé. Hoy lamento mucho ese descuido
Don Nino Arias, tenía un hermoso caballo blanco llamado “Blancos Pelos” que generosamente me prestó una vez que quise viajar donde mi abuela Aída Olave en los altos de El Porvenir. Para llegar hasta allí tomé el camino hacia Cañete, en el cruce Peleco tomé hacia Contulmo y en el sector de Huilquehue me adentré montaña arriba hasta salir donde está o estaba la Escuela “Las Tres Marías” por el camino a “La Piedra del Águila”, y desde allí a un paso de la casa de mi abuela.
---En otra oportunidad el jefe de “Chagüita” Don Elio Plaza le pidió que le comprara un chivito para comer un asado.
Con “Chagüita” nos tratábamos de compadres así que me pasó a buscar a la casa para que lo acompañara a comprar el chivito donde Doña Encaña.
A través de un camino serpenteante por una montaña entre ulmos y olivillos, orillando el estero que surtía de agua a la comunidad; hacia el oriente sumidos en la más absoluta soledad; allí donde sólo se escuchaban cantar el chucao y los choroyes se llegaba a la “puebla” de la Señora Encarnación, Doña “Encaña” como la llamaban, su hijo trabajaba en el aserradero arrastrando troncos con una yunta de bueyes, no recuerdo su nombre.
Después de regatear un poco nos decidimos por un cordero y nos regresamos directo a la casa del jefe Plaza quién tenía todo preparado para realizar un asado previa elaboración de un rico “ñachi” con una garrafa de chicha de manzana del sector. Nos comimos la mitad del cordero y nos fuimos para la casa.
Al domingo regresamos invitados nuevamente por el jefe Plaza, pero esta vez iba la familia de “Chagüita”, es decir su esposa Edulia Alarcón y los niños Elia y Oscar para que jugaran con los niños locales que eran también dos.
Esta vez nos comimos lo que restaba del cordero y nos regresamos a casa. La chicha de manzana era muy rica.
---En otra oportunidad que no había leña para el fogón le pedí a don Omar Aravena si podía ir a buscar “tapas” al aserradero quién me autorizó a hacerlo así que le pedí una yunta de novillos con carreta que tenía mi amigo Antonio Albornoz para hacer el traslado; entonces me “las eché camino arriba” un día domingo y cargué la carreta los más que pude con tapas para tener para muchos días.
Confiado en mis conocimientos de dirigir bueyes con carreta don Antonio no me advirtió que los suyos tenían una “maña” que no debía descuidar; habitualmente el carretero se sube a la carreta y desde allí dirige los bueyes con la picana y unos sonidos y gritos que ellos entienden, pero con estos había que tener la precaución de ir caminando delante de ellos porque si no tomaban carrera.
Yo confiado y sin saber me coloqué a un costado de la carreta y entonando una canción ranchera comencé el camino de regreso con la leña, íbamos súper bien , ellos con su “lento paso cansino” y yo con mi ranchera cuando de pronto y como el camino era a la cuesta abajo, no muy pronunciado eso sí; los bueyes comenzaron a apurar el paso, yo les silbé en una señal que significa detención pero no hicieron caso, más rápido caminaron, les silbé nuevamente y aceleraron mucho más el paso hasta llegar a la carrera camino abajo, comenzaron a correr , correr y sin poder colocarme por delante para detenerlos, fue tanto el drama que pensaba que en alguna curva los bueyes se desbarrancarían , corrí y corrí con desesperación hasta que pude colocarme delante de ellos y los detuve justo antes que el corazón se me escapara por la boca de agotamiento. Luego de eso seguimos el viaje con “lento paso cansino” y llegamos a casa “sin ninguna novedad”. Ninguno habló nada.
--- A un par de semanas de comenzar a trabajar en el aserradero llegó la “pulpería” (mercadería) así que Don Omar Aravena en su calidad del jefe me avisa que vaya a su casa y lleve un saco para darme lo que me corresponde.
Guiándose por una lista previamente establecida me fue entregando cada uno de los artículos de que disponía, azúcar, café, arroz, etc. etc.
De pronto me pregunta ¿trajiste donde echar la harina?
—No, le contesté— el mismo saco me llevo.
--- Es que sólo es medio saco de harina por cabeza (familia), me aclaró.
---No, le dije; tiene que darme el saco entero.
---Es que siempre ha sido medio saco lo que se entrega a cada uno, me explicó; y si te doy un saco entero los demás se van a enojar conmigo.
Cada uno puso todo el empeño en convencer al otro de que la postura personal era la correcta, al final Don Omar se quedó pensando y me dice ---Ya, te voy a dar el saco entero siempre y cuando puedas llevarte el saco con la pulpería y el de harina al mismo tiempo.
Hecho, le dije; me ayudó a poner el saco de harina sobre mi hombro izquierdo y el otro bajo el brazo diestro y salí de medio trote hacia la casa que estaba distante más o menos unos 400 metros. Si uno de los sacos caía me vería en serios problemas.
Cuando me vieron los demás que iba por la “calle” con mis dos sacos a cuestas comenzaron a gritar dándome ánimo y haciendo algarabía cosa que no aflojara en mis fuerzas.
“Chagüita” abrió la puerta de la casa entrando tan rápidamente como pude y agitado me senté un rato a descansar, mientras “Chagüita” me decía: Caramba, compadre que salió bueno pa´ trabajar por algo le dieron el saco entero de harina.
Después me enteré que eso era primera vez que se hacía porque la costumbre era de sólo medio saco por cabeza; siempre había sido así. Nadie se enojó, todo lo contrario, celebraron mi hazaña.
--Mi gran amigo Antonio Albornoz, en tiempos que no había troncos para aserrar era el motosierrista así que nos íbamos todos a la montaña, unos con bueyes a arrastrar troncos hacia el aserradero, otros con hacha o rozón, para realizar faenas de “madereo” como llamaban ellos.
Antonio Albornoz me preguntó un día “¿quiere aprender a manejar la motosierra?” No sé –le contesté. ¿Cómo, no sé? Repitió él. A ver, venga para acá, agarre la máquina aquí. Me pareció muy pesada en aquel momento; y me hizo cortar un tronco.
Luego de esto me dice, “en primer lugar, Panchito; no tiene que tenerle miedo, solo respeto porque esta maquinita es muy peligrosa, tiene que ser serio pa´ manejarla, esto no es un juguete. Ahora, eche abajo ese ulmo”.
Antonio Albornoz era un hombre muy agradable y simpático a quién le gustaba bailar guarachas, así que yo tomaba la guitarra tocaba guarachas y no había manera de que dejara de bailar. Fue un gran amigo.
---Un día el jefe Don Omar Aravena nos dice a todos, “Mañana nos vamos al asentamiento a trabajar”
Pasa que había atracado en Talcahuano un barco que necesitaba no sé cuántos miles de pulgadas de madera nativa así que llegaría un seleccionador profesional desde Cañete para realizar el conteo de la que había acopiada y su adecuada selección de calidad.
Una vez allí este hombre nos dio todas las instrucciones de cómo debíamos trabajar, que iría diciendo él y lo que debíamos hacer de acuerdo a sus palabras respecto de la madera.
Para ello debíamos formar equipos de dos “tableros” para diferentes sectores que nos serían asignados.
Gatica (que no recuerdo su nombre, pero si su apodo: “el loco”) me dice echándose sobre el hombro un tablón de 2x10 pulgadas y realizando una espectacular “paipiada” por sobre su cabeza, “Amigo mío, si puede hacer esto, usted trabajará conmigo”. --¿Qué le hace el agua al pesca´o? le contesto; y agarrando otro tablón de 2x10 pulgadas lo cargo sobre mi hombro y ante el asombro de todos, incluso de mi mismo; realizó una “paipiada” mejor que la suya.
Gatica, el loco; viene hacia mi abriendo su enorme mano derecha, estrecha la mía con una sinceridad que traspasó mi pecho y me dice “Desde hoy en adelante usted es mi compañero”
No sé cuantos días estuvimos allí trabajando, pero fue en ese lugar que conocí los camiones con remolque (carro) y semi-remolque (rampla) además que nos tocó cargarlos.
---La Señora Edulia, esposa de “Chagüita” viajó en una oportunidad a Cañete y le pedí pasara a ver a mi madre, cuando regresó venía con una sorpresa: mi hermano Luis que preguntó si podía ir a verme: no recuerdo cuantos días estuvo allí pero lo pasamos muy bien, además lo llevé a conocer varios vecinos cosa que se sintiera agradable y viera el cariño que me tenía la gente del lugar.
---Un año solamente alcancé a vivir allí pero el cariño sincero que recibí de toda aquella comunidad no se borrará de mi mente mientras viva y lo llevaré al infinito.