Todo ser humano nace libre, iguales en derechos y bueno en su naturaleza esencial, luego, la sociedad lo coarta, condiciona, limita y oscurece. Esta aseveración, fue la base de la construcción del humanismo racionalista del siglo XVIII.
El conocimiento científico y las teorías genéticas anticipan el punto de quiebre. Las condiciones de pobreza, sub alimentación y ausencia de estímulos ambientales e intelectuales de sus progenitores y sus ancestros, condicionan al que está por nacer y representan los primeros factores que participan de la desigualdad.
Si a esto sumamos las condiciones ambientales adversas después del nacimiento, es decir, empezar a vivir bajo las precariedades de la pobreza, resulta necesario encontrar una definición de sí mismo respecto de esta realidad y actuar en consecuencia.
Tomar conciencia de esa realidad provoca dos caminos, uno de ellos es tratar de ignorarla y asentarse en la irresponsabilidad de no ser causante de las condiciones de la pobreza, por tanto, vivir para sí mismo y encontrar en la religión el acto de la caridad, la limosna que alivia más nuestras conciencias que las necesidades que a diario se socorren. El otro camino, es asumir la responsabilidad desde su ámbito de acción, es aportar a crear las condiciones que permitan revertir las desigualdades, mediante modelos de sociedad que apunten al corazón de las contradicciones, eso es política. El primero te permite dejarte llevar por las condiciones, el segundo, te permite crear condiciones.
Este pensamiento tan básico parece perderse en tiempos de caos o crisis de cambio, que estimulan el salvarse uno mismo por sobre todas las cosas. Pero la contradicción permanece y los pobres están lejos de salvarse a sí mismos.
Entonces, cuando la sociedad se cierra a las oportunidades de los más necesitados, desvalidos o discriminados, sobreponiendo los derechos que defienden los privilegios de propiedad, o utilizan separadamente el derecho a la libertad, sin las condiciones de igualdad y el sentido de la fraternidad, florecen las características animales de la sobrevivencia, donde prevalece el más fuerte, y no es ahí necesariamente donde encontramos las principales virtudes que hacen de nuestra especie, lo evolutivo, lo trascendente, la perfectibilidad en el camino a la verdad.
Enfrentar esta realidad desde la máxima organización social, desde el mundo político, implica abordar las principales responsabilidades del Estado en función de esas necesidades y no otras. Por ello entendemos cuando un Estado exige a los que más tienen, dar más, en función de una Educación Pública de calidad que disminuya las condiciones de desigualdad; Por ello entendemos también la inversión pública eficiente y efectiva en la Salud Pública, porque apunta en la misma dirección, al igual que los programas de alimentación a las poblaciones más vulnerables, a las madres en gestación y los infantes en jardines infantiles y escuelas públicas. Entonces, podremos discutir los niveles de eficiencia o tamaño de un Estado, pero no resulta consecuente el negar su responsabilidad social como prioridad de su naturaleza, ni entregar esas funciones a los más fuertes del mercado.
Vivimos tiempos de crisis, se derrumbaron las catedrales del capitalismo financiero, sin embargo, los medios de comunicación social desvían el conocimiento de sus efectos y nos hacen vivir las realidades que son capaces de crear. El libremercado, el emprendimiento, y la libertad, parecen etiquetas de supermercados para las necesidades de Educación, de Salud y de Alimentación. En tiempos de crisis, es necesario volver a educar las conciencias en el corazón de las contradicciones, saber mostrarlas en un lenguaje básico y comprensible, comprometerse en las redes sociales y organizaciones comunitarias en su educación, solo entonces volveremos a encontrar el sentido íntegro, inseparable y equidistante de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad.
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