Un sino de los tiempos es señalar a los políticos, como corruptos y ladrones. Generalizar estos términos, significa que descalificamos a todo a quien se dedica o pretende, pensar y administrar una sociedad. ¿Qué hacer entonces? ¿Quién se dedicará a recaudar los impuestos de todos los trabajadores? ¿Quién definirá en qué se gastan los recursos y sus prioridades? ¿Quién pagará y mantendrá los servicios públicos y la seguridad en nuestras calles y casas? ¿Quién se preocupará de que la señora Juanita reciba su pensión, justa y digna? ¿Cómo podrán los pequeños y medianos empresarios hacer sus negocios si nadie regula la mantención de caminos, el valor de las divisas, la administración de puertos y terminales y las pensiones de sus trabajadores?
Claramente, cuando nos organizamos como sociedad, limitamos nuestros derechos y libertades y le encargamos a quienes elegimos como nuestros representantes, a velar por esos derechos y obligaciones como individuos y como colectivo. El no hacerlo, implica que solo los poderosos, por medio de la fuerza o el abuso, satisfagan sus ambiciones y protejan sus intereses, en desmedro de todo el resto de la población, que debe trabajar para ellos con subvaloración de su trabajo en el aparato productivo. En términos simples, si no elegimos “políticos” que defiendan nuestros derechos, optamos por la ley del más fuerte, la ley de la selva, donde se salvan solamente los ricos, los depredadores de los recursos naturales, que sostienen que es el capital el que genera riqueza, porque solo así se pueden explotar esos recursos.
Por tanto, el que existan buenos o malos políticos, dependerá de nuestra capacidad de elección. Así, si existen ladrones y corruptos, es porque nos equivocamos al momento de elegirlos.
¿Pero cómo no equivocarnos al momento de elegir?
Podríamos argumentar que en el mundo de hoy, todo número de RUT es pesquisable mediante las redes sociales de internet, pero no todos tienen acceso a la red y “salvo fuentes oficiales”, también nos engañan con perfiles falsos; Podríamos exigir que solo fueran candidatos ricos, que no tengan necesidad de robar, pero sabemos que las necesidades son crecientes y que es propio de la naturaleza humana la codicia y la ambición y, suele suceder que los ricos, cuando roban, roban más que los pobres; Entonces, podemos elegir a los pobres de fortuna, como un Profesor de Estado, sin embargo, nada garantiza que un profe que gana 600 mil mensuales y pase a ganar 6 millones, no quiera permanecer en el cargo indefinidamente, “cueste lo que cueste”.
Un ex Presidente, analizando esta situación, sostuvo que había que igualar el sueldo de los políticos a su símil de la empresa privada, para garantizar que “llegaran al gobierno los mejores”. Los daños colaterales fueron nefastos, justificando sobresueldos bajo mesa y relacionando al mundo de la empresa con el financiamiento de la política y su consecuente relativismo ético, frente a los intereses de los empresarios, que terminaron comprando la voluntad de gran parte del congreso. Ni hablar del otro Presidente, que incorporó a los “mejores gerentes” del retail para manejar la política, terminando con gran parte de sus ministros cuestionados y condenados ante la justicia por colusión de intereses, es decir, empresarios que vieron en el gobierno la oportunidad de intervenir los mercados de forma ilícita para aumentar sus intereses propios y, hacer crecer ilegalmente sus patrimonios.
Como vemos, esto de ensuciar la política, solo le sirve a los que pueden defenderse solos, los poderosos, los que defienden “la libertad” absoluta para sus negocios y a cambio le ofrecen a usted, esa misma libertad para elegir la educación de sus hijos. Pero no cualesquier educación, “solo educación” para pobres, limitada de recursos y enfocada en el consumo. Así aseguran trabajadores de bajo costo para sus empresas y simultáneamente, consumidores de sus productos.
Entonces.. ¿Qué oportunidades tiene la señora Juanita de no equivocarse una vez más?
Las sociedades suele crear referentes éticos y políticos para que la elección no se centre solo en la “personalidad” de los candidatos. Pero, ¿qué pasa cuando esos referentes, como las Iglesias y Partidos Políticos también son permeables a la corrupción?...Entonces solo queda el sálvese quien pueda e ignoramos los problemas de todos, para pasar a ser solo responsables de nuestro destino y el de nuestras familias. De ser así, resulta ridículo que sigamos pagando impuestos a una sociedad que no nos aporta, que no nos permite decidir en qué gastar y definir el bien común, que nos margina de participar en el tipo de ciudadano que queremos formar para nuestro país.
Las sociedades evolucionan, es cierto, pero en sus ciclos, al igual que el cambio climático, sufren retrocesos e inestabilidad. En nuestra sociedad, es la ignorancia la que nos obliga a recomenzar de cero una y otra vez. Acá comenzamos a revalorar la importancia de una Educación con sentido. Con un sentido de país, de verdadero desarrollo económico y cultural, que no es lo mismo que el productivismo, aspiramos a sueños de ser cada vez mejores, mejorando nuestra calidad de vida y superando las limitaciones de la injusticia. ¿Por qué no plebiscitar el tipo de educación que queremos? ¿Por qué aceptamos que exista una educación para ricos y otra para pobres? Aceptarlo es estar de acuerdo con un determinismo social que solo ha provocado mayores grados de injusticia, desigualdad y discriminación.
¿Por qué no aceptar un principio de igualdad de oportunidades, para soñar con ser alguien diferente en la sociedad, aportando desde la diversidad y promoviendo la inclusión? No es justo que solo los hijos de poderosos reciban una educación de calidad, para mantener el mismo grado de marginalidad, discriminación y pobreza con quienes no nacieron en cuna de oro. ¿Por qué no se nos pregunta si estamos de acuerdo en que nuestros impuestos prioricen una educación pública de calidad?
Nadie puede asegurar que la señora Juanita se vuelva a equivocar, pero negarle la posibilidad de educarse, para disminuir su margen de error, es un continuismo aberrante que ya no podemos aceptar.
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