José Miguel Huerta, investigador y escritor especialista en temas de la marina nos entrega parte de su trabajo que resalta aspectos poco difundidos, crudos algunos, de lo que sucedió ese glorioso 21 de mayo de 1879.
ESCRIBE JOSÉ MIGUEL:
De las ironías que asoman tras el Combate Naval de Iquique, es el hecho de que almirante jefe de la escuadra chilena, Juan Williams Rebolledo, equivocado en más de una oportunidad, otra vez dio muestra de su poca visión cuando, singló hacia El Callao “en busca de la gloria y a liquidar a la flota peruana”, según sus propias palabras y, en un acto de pobre humanidad, con alguna intención de denostarlos, dejó en el bloqueo de Iquique a los comandantes que le merecían menos simpatía -Prat y Condell- , al mando de los dos buques más débiles de la flota chilena, la “Covadonga” y la “Esmeralda”. De Prat tenía una pobre opinión como marino y a Condell le criticaba su indisciplinada impulsividad rayana en el riesgo “innecesario”, según el almirante.
¡Vaya que en Punta Gruesa esa condición permitió tener un saldo a favor ese 21 de mayo, con el hundimiento de la “Independencia”!
Pues bien, Williams no encontró en El Callao ni la gloria ni a los buques peruanos. Es más, ni siquiera se percató del momento en que se cruzó con la flota enemiga que singlaba hacia el sur con destino Iquique.
En este Mes del Mar, en el que los chilenos recordamos con veneración la valentía y la inmolación de ese chileno inmortal llamado Arturo Prat en Iquique el 21 de mayo de 1879, bien vale la pena meditar sobre los valores de estos chilenos de excepción.
Tal vez Prat ha sido el más grande de todos. Su valentía encendió el alma de los compatriotas que, sabedores de inconmensurable acción del valiente capitán, abarrotaron los locales para enrolarse e ir a luchar por la Patria en una guerra que, en un principio, les parecía lejana y ajena.
La personalidad del comandante chileno fue de una plenitud difícil de igualar en su dimensión humana. No sólo su valentía, que fue producto del miedo inicial, antes del abordaje. -Se dice que palideció antes de saltar-
Necio es quien no siente el miedo. Valiente es quien supera al miedo.
También existe una dimensión intelectual y humana de un hombre lleno de inquietudes al margen de la Marina. Recordemos que además tuvo la capacidad, simultáneamente a su carrera naval, de lograr el título de abogado.
Su dimensión humana se refleja en cada una de sus frases previas al combate. Ahí afloró el verdadero líder que se refleja en su preocupación por las necesidades más básicas de su tripulación.
Es impresionante su frase ante la expectativa de un combate de desigualdad evidente:
“¿Ha almorzado la gente?”.
La cual denota una profunda humanidad con quienes lo acompañarían en una contienda de fácil pronóstico.
A sabiendas Prat de que su muerte se asomaba muy cercana, en su arenga da otra demostración de lo que es un líder que confía en quienes lo secundan:
“Si yo muero, mis oficiales sabrán cumplir con su deber”.
Es lo que todo líder debe cultivar, la formación de gente que tenga la capacidad de suplirlo en su ausencia.
Importante es también destacar Sargento Juan de Dios Aldea como símbolo de un gran valor como es la “lealtad”. En la refriega del combate, fue de los pocos que escuchó a su comandante la orden de “abordaje”. El niño corneta Gaspar Cabrales ya había sido decapitado por una bala de cañón, poco se menciona en la historia la crudeza de este hecho.
De tal manera que no hubo toque de corneta para el abordaje. Una vez muerto el valiente comandante sobre la cubierta del “Huáscar”, el indomable sargento se apegó a una bita y siguió luchando hasta desfallecer. Había recibido más de 12 balazos. Finalmente, exánime, fue recogido y llevado a popa para ser curado, no permitiendo que se le administrara el cloroformo adormecedor.
Al ocaso de ese día, los cuerpos de Prat y Serrano fueron desembarcados en compañía de un agonizante Aldea. Los muertos fueron recogidos en un carrito usado por la aduana, mientras Aldea permanecía ya al borde de la muerte en otro carrito con horribles dolores, mientras pedía agua. Un ciudadano italiano, Adolfo Gariazzo, lo socorrió con un mezcla de agua con coñac. Con sus últimos suspiros, el valeroso sargento identificó el cadáver de Prat: “Ese es mi comandante” murmuró exhausto y con una última muestra de orgullo de haber servido a las órdenes del héroe. Aldea, ya se dijo, estaba con heridas múltiples de bala: en su pierna derecha, en el bazo, en el cuello, en el brazo izquierdo. Así, en el medio de un intento de amputación, entregó su vida al 24 de mayo.
Prat y Serrano recibieron sepultura de parte del ciudadano español Eduardo Llanos, quien sufragó todos los gastos.
El heroico Aldea fue sepultado en una fosa común.
Dos años más tarde, con Chile ya dueño de Iquique, sus restos fueron identificados. Fue necesario remover 110 cadáveres para dar con él. Fue un 1° de junio de 1881. En su cuello aún colgaba un escapulario de la Virgen del Carmen.
Entonces fue trasladado a Valparaíso, donde, hasta hoy día, reposan sus restos junto a todos los combatientes de ese día glorioso.
Especial mención merece el comandante de la “Covadonga”, Carlos Condell de la Haza. Su hazaña de Punta Gruesa no fue fruto de la “indisciplina” según lo catalogaba Williams. ¡Eso se llama osadía, visión y estrategia propias del mejor ajedrecista. Se llama intuición en su máxima expresión. Intuición de quien está dispuesto a asumir riesgos en pos de un objetivo¡ Eso sí, riesgos muy calculados y con conocimiento del terreno en que se asumirá la batalla. Cualidades que un estudioso de la historia como el suscrito ha visto en los grandes generales que han triunfado en las lides importantes del pasado.
De tal manera que, sin desplazar la veneración por el “más grande de los chilenos”, bueno es recordar que ese 21 de mayo de 1879 hubo otros grandes que, con justicia, descansan sus cuerpos en la misma cripta acompañando a su comandante.
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